viernes, 29 de abril de 2011

Stone Town

Rescato algunas fotos del viaje a Zanzíbar: Stone Town y alrededores.


Bueno, esta no es que sea en los alrededores de Stone Town... el Kilimanjaro desde el avión, más bien


Esta sí, vista de Stone Town desde un edificio impresionante con un nombre impresionantemente... cursi: la "Casa de las Maravillas"


Una de las famosas puertas de madera tallada de Zanzíbar. O no, espera... igual se referían a las siguientes...




Monumento en el que fuera el mercado de esclavos. Zanzíbar era uno de los puntos fuertes del tráfico de esclavos


La antigua mansión (hoy edificio destartalado) del esclavista Tippu Tib


La escuela de Tamekuja, en cuyos sótanos hoy se almacenan bártulos, pero que hace no tanto estaban ocupados por esclavos


Aprende a contar en suajili con el tatu Bar: moja (pub), mbili (restaurant) y tatu (lounge)


Callejeando por Stone Town...


La tienda de "agua" (maji) de Said... ahora reconvertida en chiringuito de zumos de mbungo. La fruta, una variedad local, tiene fama de afrodisíaca. Su zumo sabe a una mezcla de naranja y fruta de la pasión


El teléfono de la casa del árbol que todos soñamos con tener. O algo.


Se me coló esta cría en una de mis fotos frikis de paredes... y la verdad es que me gustó cómo quedó...


Vista desde los alrededores del Palacio de Mtoni, unos pocos kilómetros al norte de Stone Town


El interior del palacio, donde nació la princesa Salme


El cercano palacio de Marhubi


Y vistas varias de la ciudad



Después de la cera que le di en la entrada anterior al libro de Javier Reverte, creo que es de justicia reconocer que, si no llego a haberme leído El sueño de África, no habría descubierto la escuela de Tamekuja, ni lo que esconden sus sótanos, ni la mansión de Tippu Tib, ni quién era éste o la princesa Salme.

De Zanzíbar me traje un marco de madera tallada que aguarda impaciente una foto en su interior... ¿con cuál de éstas os quedaríais?

miércoles, 27 de abril de 2011

El sueño de África

Lo malo de crearse grandes expectativas es que suelen conducir, de manera casi irremediable, a grandes decepciones. Sobre El sueño de África, de Javier Reverte, había escuchado grandes elogios, que hablaban de uno de los mejores libros de viajes de la literatura española. Supongo que esos parabienes procedían (no tengo muy claro quiénes me lo dijeron) de gente que jamás había estado aquí. O que había estado por un periodo muy breve. Entonces sí, el libro invita -efectivamente- a soñar, porque en nuestro país se sabe más bien poco de este continente, y las profusas descripciones hacen que la imaginación vuele.

Fue ahí donde hallé uno de los problemas con el libro: con las descripciones.

"La atmósfera se había limpiado al atardecer en la bocana del puerto bajo el suave soplo del kakazi, el viento del nordeste. Olía a agua de mar, a salazón caliente. Las formas de los barcos se dibujaban nítidas sobre la superficie quieta y verdosa de aquel brazo de océano encerrado en la rada".

Es una descripción al azar escogida entre las más de diez que me había marcado al leer el libro. En la tercera línea ya está uno de siesta mental. No es de extrañar, por tanto, que Reverte elogie Memorias de África, de Karen Blixen, porque las descripciones de la danesa son evocadoras, sí, pero igualmente soporíferas.

Aunque el primer inconveniente de todos me lo regaló el señor Reverte en el prólogo. Primer párrafo:

"El viaje que relata este libro fue realizado entre los meses de enero y abril de 1992. Los personajes que aparecen en el relato son todos reales, encontrados a lo largo del camino, así como los escenarios seguidos. No obstante, algunas situaciones han sido retocadas con toda deliberación por el autor, de forma tal que, trastocando un poco la realidad, ganase coherencia el relato. A veces hay que acercar lo real a lo imaginario para aproximarse mejor a la verdad".

Mal comienzo.

Luego tropecé reiteradamente con que África tal y África cual, afirmaciones que parecían sacadas de un desternillante texto sobre cómo escribir literatura de éxito sobre el continente. Uno de sus puntos, efectivamente, es tratar a África como si fuera homogénea, como si fuera un solo país, abarcable.

Otro aspecto que me chirrió durante la lectura fue la falta de coherencia: no puedes hablar de la "Ciudad de Piedra" (por "Stone Town", Zanzíbar, Tanzania) y luego escribir sobre "River Road" (que debería haber sido la "Calle del Río", en Nairobi, Kenia) o medir las distancias en pies y pulgadas. Pero quizá sea porque soy un purista asqueroso. No me lo tengan en cuenta.

Dicho esto: me parece un buen resumen de la historia del descubrimiento y la exploración del África oriental por parte de los blancos, sumado a algunos detalles de la historia de los indígenas, pero poco más. Cualquiera que haya pasado unas semanas por aquí sabrá que las situaciones que describe son la vida cotidiana de estas latitudes. Buena preparación del libro, buena documentación (y más teniendo en cuenta que se escribió a principios de los 90), bonito recorrido, pero -me van a perdonar- no he sido capaz de encontrarle gracia alguna.

domingo, 24 de abril de 2011

Kendwa

Me encantaba la sección Lo que el ojo no ve del programa futbolero El Día Después, de Canal +. Pues bien, he aquí una muestra en la playa de Kendwa, captada durante estas minivacaciones en Zanzíbar.




Lo que se ve:

- Un mojito.
- Una puesta de sol.
- Una playa de arena blanca en el Índico.

Lo que no se ve:

- Una legión de moscas, producto de la temporada de lluvias.
- Las lluvias, antes y después de la foto.
- El ejército de gallinas estadounidenses gritando omaigad! y woooooooow! sin cesar.

martes, 19 de abril de 2011

Rumbo a Zanzíbar



... no...


Road to Zanzibar!





Creo que de las últimas entradas -cada vez más cortas, más esporádicas y más chorras- se deducía que necesitaba unas vacaciones. Pues bien, me van a permitir que deje unos días desatendido el chiringuito.


viernes, 15 de abril de 2011

Un mosquito

"Uno no puede conciliar el sueño. En noches así, permanezco tumbado en mi habitación de Dar es Salam y miro cómo cazan las lagartijas. Las que habitualmente deambulan por el piso son pequeñas, tienen la piel de un color gris claro o de ladrillo y se mueven mucho. Ágiles y vivarachas, corren con facilidad por las paredes y el techo. Nunca se mueven a un paso normal, tranquilo. Primero permanecen inmóviles, como paralizadas, y de repente se lanzan en una carrera enloquecida persiguiendo un objetivo que sólo ellas conocen y vuelven a quedarse quietas. Sólo por su tronco palpitante vemos que ese sprint, este lanzarse sobre una cinta de meta invisible, las ha agotado tanto que ahora realmente tienen que descansar, recuperar el resuello y las fuerzas antes de la siguiente acometida veloz.

La caza empieza por la noche, cuando en la habitación arde la luz eléctrica. Su interés se centra en toda clase de insectos: moscas, escarabajos, polillas, mariposas nocturnas, libélulas y, sobre todo, mosquitos. Las lagartijas aparecen de repente, como si alguien las hubiese catapultado, pegándolas a las paredes. Miran a su alrededor sin mover la cabeza: tienen los ojos colocados en unos cojinetes independientes, como telescopios astronómicos, gracias a lo cual ven todo lo que está delante y detrás de ellas. Y de pronto la lagartija divisa a un mosquito y se lanza en su persecución. El mosquito, dándose cuenta del peligro, empieza a huir. Lo curioso es que nunca huye hacia abajo, hacia el abismo cuyo fondo está forrado con tablas de madera del suelo, sino que levanta el vuelo hacia arriba, allí, nervioso y furioso, da vueltas y más vueltas hasta que, a fuerza de seguir subiendo, acaba aterrizando en el techo. Todavía no sabe, ni siquiera presiente, que tal decisión tendrá para él consecuencias mortales. Una vez enganchado al techo, con la cabeza hacia abajo, pierde la orientación, el sentido de las direcciones y se le confunden los puntos cardinales. Como resultado, en vez de salir pitando del lugar del peligro, que es para él ahora el techo, se comporta de tal manera como si se resignase a haber caído en una trampa sin salida.

A partir de este momento, la lagartija, que ya tiene al mosquito en el techo, puede mostrarse contenta y relamerse el hociquito: la victoria está cerca. Sin embargo, no se duerme en los laureles: sigue concentrada, alerta y llena de determinación. Se lanza al techo y, sin dejar de correr, empieza a dibujar alrededor del mosquito círculos cada vez más pequeños. Debe de producirse en este momento algún fenómeno mágico, un hechizo o hipnosis, puesto que el mosquito, a pesar de poder salvarse con una huida hacia el espacio donde ningún agresor conseguiría alcanzarlo, permite que la lagartija, que sigue haciendo sus rítmicos movimientos -salto, reposo, salto, reposo-, lo cerque y acose cada vez más. En un momento dado el mosquito se da cuenta con horror de que ya no le queda ningún espacio para maniobrar, que la lagartija está al lado mismo y esta idea lo aturde y paraliza tanto que, vencido y resignado, se deja engullir sin oponer resistencia alguna.

Todo intento de hacerse amigo de una lagartija invariablemente termina en fracaso. Se trata de unos seres muy desconfiados y asustadizos que andan (o más bien corren) por sus propios caminos. Este fracaso nuestro también tiene un sentido metafórico: confirma que se puede vivir bajo el mismo techo y, sin embargo, no conseguir comprenderse, no lograr encontrar una lengua común".

Es un extracto de la summa africana del ilustre periodista polaco Ryszard Kapuscinski, Ébano.

Hay veces en las que sí se puede conciliar el sueño. Se puede y se quiere. El problema llega cuando comparece sólo la mitad de esta divertida pareja de baile: un mosquito, el mosquito. Y no será porque no existan sustitutos de las lagartijas en el súper.


Mire qué género, señora.. ¡me lo quitan de las manos!

Sólo es uno, un puñetero mosquito, pero no hacen falta más. Sortea la magia de las velas o de los vapores antimosquito y se planta ahí, en tu oreja, en lo que suena como una extraña competición de Fórmula 1 en tu mismo pabellón auditivo, para impedirte dormir. Porque las picaduras son ya un mal mínimo. Además, que en Nairobi no hay malaria, así que tampoco voy a tirarme el pegote en plan tragasables. Pero oye, qué insomnios me regalan, a veces.

miércoles, 13 de abril de 2011

Bailar con el más feo

Es lo que pensarían mis amores juveniles que les había tocado cuando yo estaba delante y sonaba una balada. O bueno, también podría ser el título de la última edición de este diario mínimo.

Zimbabue busca al más feo del país:
En Zimbabue, ser feo tiene premio. El concurso de "Míster Feo 2011" tendrá lugar en mayo. Según el periódico estatal The Herald, se buscan "caras que hagan que un niño vaya corriendo a esconderse bajo la almohada".

En el día más feliz de tu vida, te planta... el juez:
Ojito a la foto con la que han ilustrado la noticia en el medio colombiano. No es la imagen mental que tiene uno de una zimbabuense, la verdad, y me da que la tipa no es descendiente de colonos. El caso es que una huelga de jueces de Zimbabue ha dejado a cientos de parejas sin cortar el pastel.

En la cárcel con 102 años (en inglés):
Como en España están muy de moda los presos más antiguos [este y este otro], ver esta noticia sobre el recluso más anciano de Uganda me ha parecido lo suficientemente curiosa como para ganarse un puesto en la sección. Le encarcelaron con 100 años, nada menos.

domingo, 10 de abril de 2011

Sam Childers, reverendo metralleta

Quien me conoce sabe que las noticias chorras me pierden. Las de este tipo. O estas otras.

Una amiga me ha hablado hoy de Sam Childers [aquí su web, en inglés], un motero creyente estadounidense que lo dejó todo y montó un orfanato en el sur de Sudán para rescatar a niños afectados por el conflicto del Ejército de Resistencia del Señor en el norte de Uganda. Le llaman machine gun preacher que, literalmente, quiere decir "el predicador de la ametralladora".

El vídeo de aquí abajo está en el idioma de Britney Spears, pero El Mundo publica hoy su historia (en castellano).





Lo paradójico del asunto es que, tanto Childers como su mayor enemigo (Joseph Kony, líder del Ejército de Resistencia del Señor), aseguran estar cumpliendo una misión de su dios, que, por cierto, es el mismo. Un fallo de Matrix, supongo.

* Y hablando del (sub) machine gun preacher...

viernes, 8 de abril de 2011

Vivir en la guerra

Para bien o para mal, nunca había tenido comunicación directa con gente que estuviera viviendo una guerra. Hasta ahora. El conflicto de Costa de Marfil (véase la anterior entrada) ocupa mis horas. Aunque sea por correo electrónico, aunque nunca nos hayamos visto nunca la cara, aunque no llevemos más de un mes en contacto y aunque mi nivel de francés sea el de Google Translator, el corresponsal local que tenemos en Abiyán me ha escrito un e-mail en el que dice lo que sigue:

"Estoy a punto de salir a la calle a ver si puedo encontrar algo de comida para mi familia. Hemos estado encerrados ocho días y no nos queda nada en casa".

Y me ha dejado de piedra. La situación es tan dramática que hasta dan ganas de reírse.

miércoles, 6 de abril de 2011

¿Final feliz?

El apocalipsis japonés y la guerra libia habían hecho sombra al conflicto marfileño. De Costa de Marfil se sabe mucho menos. O, al menos, se sabía poco hasta hace cuatro días, porque ha hecho falta que varias ONGs, Francia (que por el interés quiere al Andrés marfileño) y la ONU dijeran que ahí pasaba algo, que aquellos negritos-del-África-tropical-que-cultivando-cantaban-la-canción del-Colacao se estaban matando a centenares, quizá a miles. La historia de siempre: los negros interesan si se matan, pero es que esta vez lo estaban haciendo y ni aun así habían conseguido hacerse un hueco entre los titulares.

Aquí está la historia resumida. Luego Gbagbo se negó a ceder el poder, pese a que la comunidad internacional reconocía como vencedor de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 28 de noviembre pasado a Alassane Ouattara. Y, desde mediados de diciembre, ambos bandos se entienden con la diplomacia de los fusiles. Hasta que ha asomado por una esquina la sombra de un desenlace fatal, que es lo que están dando los medios ahora. Un desenlace que nos tiene puteados pendientes a buena parte de los periodistas del África subsahariana. Y que, esperemos, no cueste más vidas, que ya van demasiadas.


* Como el nepotismo está de moda, dejo aquí la entrevista sobre este tema que le hizo El País al Doctor en Historia y periodista marfileño Jean-Arsène Yao, compañero y amigo.

lunes, 4 de abril de 2011

Off road

Lo de los atascos en Nairobi no tiene nombre. Más que hora punta, se debería acuñar el término no hora punta, para los ratos en que se puede circular sin tener ganas de arrancarse un brazo de cuajo. Ahora, en época de lluvias, es todavía peor. Pero voy al grano, que si no me disperso despotricando.

El otro día -una vez más- me quedé atrapado en el tráfico. Esta vez por culpa de unas obras en un importante nudo de carreteras de la capital keniana, que a todas luces cuenta con más vehículos de los que sus estrechas calles pueden soportar.

Un coche de policía que había por ahí encendió las luces y, poco a poco, se fue abriendo paso. El arte de escurrirse entre los coches bien lo conocen los conductores de matatus, que usan las aceras como carril supletorio, si es necesario. La Ley no va con ellos. Lo que me dio que pensar fue que la gente, harta de perder el tiempo atascada, comenzó a usar todos los caminos posibles. Y lo mismo hizo el taxista que me llevaba: "Vamos a probar por fuera de la carretera" (off road), me dijo. Y al poco rato circulábamos tranquilamente.

El concepto se podría aplicar también otros aspectos de un país que pierde hasta el cuarenta por ciento del presupuesto nacional en corrupción. Off road para conseguir esto y lo otro. Y la gente de a pie, poco a poco, va entrando en ese círculo, porque sabe que obtendrán lo que desean de manera más sencilla.

¿Y si conducimos como vivimos? ¿Y si nuestra conducción es tan sólo un reflejo de nuestra vida fuera del volante? ¿Y si me estoy haciendo una seria paja mental?