jueves, 29 de noviembre de 2012

Los hombres del saco

Imaginen la siguiente escena: tres hombres de Oriente mascan estimulantes hojas de khat (también llamado miraa) mientras se afanan en empaquetar sus mercancías, que transportarán en una larga travesía en camello y que, intercambio comercial mediante, convertirán en el ansiado oro. Además, el acto transcurre en el mítico país de Punt, origen de buena parte del incienso que se quemaba en la Antigüedad. ¿Les recuerda a algo?

Ahora que ya es navidad -de hecho, desde hace semanas- en el Corte Inglés y, por ende, en todo el mundo (en Nairobi, viene acompañada de un calor de cojones y camisetas navideñas de manga corta), podemos abordar un tema muy al hilo en estas fechas. Prometo que no son los anuncios de colonias, ni de juguetes, ni el discurso del rey, ni si en el portal de Belén había bueyes, cebras cruzadas con orangutanes o jirafas.

Se trata, más bien, de un recurso natural casi olvidado en el primer mundo, de uso muy extendido en el segundo y el tercero, de gran impacto para el medio ambiente, y que en España viene fuertemente asociado a la navidad.

El carbón. Vegetal, para más precisión.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Lo clásico

- Vaya, tenéis un aeropuerto muy nuevo...
- ¡Qué va! ¡Es viejo!
- ¿Ah, sí? -pregunto, sorprendido, mientras miro de nuevo el moderno edificio- ¿Cuándo lo construyeron?
- En 2003. Así que tiene casi... ¡diez años!

Hablé una vez de la elasticidad del tiempo y de la distinta concepción que por esta zona se tiene. Es un tema manido a más no poder, pero hay otro relacionado, quizá menos recurrente y que me resulta chocante: lo clásico y lo antiguo. Así pues, esa conversación con un taxista de Eldoret no debería resultar sorprendente.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Reprimiendo las ganas de un baño

Esperaba un nuevo pasaporte para volver de Uganda a Kenia y me encontré, al improviso, con unos cuantos días de regalo en el país vecino. Estaba en una casa de prestado, a media hora en moto de Kampala.

En los ratos muertos en aquella casa de Munyonyo, cuando mis anfitriones se encontraban ocupados y zanjaba el trabajo del día, no me quedaba mucho por hacer. Por eso, en ocasiones, salía de la casa y caminaba por un camino vecino hasta el final. Porque allí estaba el lago. El lago. El Lago Victoria.

Vista del Lago Victoria en Munyonyo que viene al pelo: "Chapuzones por tu cuenta y riesgo". Cortesía de Google Imágenes

No recuerdo de dónde me vino la manía (una más de las incontables que tengo) de tocar las cosas, no conformándome con verlas. El primer recuerdo que me viene ahora a la cabeza data de hace una década, cuando, en la Acrópolis de Atenas, me dio por manosear los cortes del mármol que las tantas veces recompuestas columnas del conjunto monumental dejaban entrever.

Frente al Lago Victoria, unos años después, me sucedió lo mismo. Aunque fuera, tenía que tocar el agua. Porque no me podía bañar.