miércoles, 11 de julio de 2012

Desenchufados

No pude contener una sonrisa. Estaba en la ajetreada calle William, en el centro de Kampala, y era el inicio del verano austral de 2010. La mueca de felicidad se me borraría unos días después, cuando un despiste tonto me iba a costar el pasaporte y unos cien dólares. Pero delante del improvisado chiringuito de recarga de móviles -una celda en la que apenas sí cabía una persona de pie- era imposible no soltar una carcajada. Expuestos, una veintena de cargadores de los que salían luces de todos los colores. Todas las marcas posibles. Incluso baterías sueltas, sin terminal, chupando electricidad de los ingenios más disparatados.

No tengo foto de aquel cubículo -el primero de ese tipo que vi en mi vida-, pero sirva esta imagen para hacerse una idea.


¿Cómo, si no, iban a poder cargarse los más de setecientos millones de móviles que hay en África, si tan sólo un treintaypocos por ciento de la población tiene electricidad en sus casas?

Ya que los datos enlazados son relativos a 2009 y pertenecientes a la Agencia Internacional de la Energía, vamos a suponer que no se tienen en cuenta los empalmes ilegales a los postes de la luz, paisaje habitual de estos lares. Vamos a echar por lo alto y pensemos que sólo un 50 por ciento de la población de la región Subsahariana de África no tiene acceso directo a electricidad. Estamos hablando de unos 400 millones de personas, así a ojímetro.

Así pues, una vez más, se ha de agudizar el ingenio:

El bicicargador telefonero, del que ya hablé hace tiempo, y que conocí gracias a los genios de Afrigadget

Después de aquella tienda de la capital ugandesa (la misma calle estaba plagada de negocios así) empecé a interesarme por esa historia. He visto multitud desde entonces, pero tras hurgar un rato entre mis fotos, la única que he encontrado ha sido ésta, tomada hace un año en la localidad oriental keniana de Dadaab, en la que los refugiados somalíes más veteranos tienen ya montados sus negocios.


Sin ir más lejos, las limpiadoras de las dos casas en las que he vivido en Nairobi cargan sus teléfonos, de manera religiosa, en mis enchufes, en su visita semanal. Lo de religioso tiene algo de cierto, porque la buena de Emmy viene a limpiar los domingos. Lo mismo sucede cuando te viene el fontanero, el carpintero, o la profesora de swahili, por poner algunos ejemplos.

Aunque a priori el negocio pueda parecer destinado a los menos pudientes, parece que también está encontrando nicho entre la gente con un mayor poder adquisitivo (y más desde que se ha extendido el uso de teléfonos con acceso a internet, que no inteligentes, puesto que las baterías duran poco menos que una mierda). Así, la semana pasada me encontré el cartel de la derecha en el centro comercial junto al que vivo. Se puede leer: "Mostrador de recarga gratuita de teléfonos móviles para todos los clientes de Yaya", que es el centro comercial en cuestión.

Claro que dejar tu móvil cargando en uno de esos saraos tiene su riesgo. Si a eso le añades que eres homosexual y que vives bajo una dictadura homófoba como la de Zimbabue, tienes todas las papeletas para un jackpot.

Pero tener electricidad en casa tampoco es sinónimo de contar con un suministro regular. Los cortes de luz son habituales (sobre todo en la temporada de lluvias), por lo que un generador -a gasolina- en la urbanización es un punto a favor a la hora de buscar casa.

No sufran. Para eso los mártires de Samsung se sacrifican y fabrican electrodomésticos construidos para África (sic), donde tienen un nicho de mercado interesante, gracias en parte a la imagen publicitaria del futbolista marfileño Drogba. ¿Se le va la luz, señora? Hakuna matata. Aquí llega el primer frigorífico con generador propio para que no se le descongelen las pechugas de pollo.



Como hemos dicho, la electricidad es un bien todavía casi exclusivo. Por eso, en swahili (y fijo que en otros tantos idiomas africanos más), la hora cero son las seis de la mañana, cuando empieza la luz del sol, que se pone exactamente doce horas después.

A la vista de todo esto, desde luego, atravesar el África subsahariana en coche eléctrico tiene que ser toda una aventura.

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