"Es mi abuela", dice Abel, refiriéndose a una anciana decrépita que se le ha acercado a pedirle dinero. Le deja en la manos unas cuantas monedas y tanto él como la señora empiezan a escupir sobre los chelines. "Es para darme la bendición. Es mi abuela", repite. Tengo que reprimir las ganas de preguntar cómo se bautizan aquí a los niños.
Abel es Abel Kirui, el campeón del mundo de maratón en 2009 y 2011. Y aquí es Iten, en el oeste de Kenia. Es la primera vez que nos vemos, pero el tipo no puede ser más cercano. Es un tío normal y, seguramente, ninguno de nosotros le reconocería de cruzárselo por la calle. Saluda efusivamente y, casi acto seguido, me invita a ir a su casa tres días después, en respuesta a mi petición de una entrevista.
Me pregunta por España y me dice que ganó la media maratón de Barcelona en febrero y consiguió el nuevo récord del circuito. "Quería organizar algo para darle la mano a Messi, pero se ve que estaba ocupado con partidos y nosequé", relata, mientras muestra en el móvil imágenes de su hijo de dos años con una equipación del Barça que le trajo de la Ciudad Condal.