domingo, 28 de abril de 2013

Niños

- "¿Te puedo preguntar algo?", me dijo, entre tímido y curioso Mohammed Ahmed, un conductor de tuk-tuk yemení afincado en Mombasa desde hace más de veinte años.

- "Claro", contesté, impaciente por ver la salida del buen hombre.

- "¿Por que los europeos tenéis tan pocos hijos?", dijo girando la cabeza, mientras conducía por la hermosa calle Mama Ngina, que mira al Océano Índico.

Como es la enésima vez que respondo a la pregunta, sólo tuve que darle mentalmente al play y soltar el rollo:

- "Pues verás, en mi país, hace décadas, la sociedad no era tan distinta a la de aquí. Tanto mi padre como mi madre, por ejemplo, tienen cuatro hermanos, nacieron en zonas rurales y emigraron a distintas ciudades a buscarse la vida. De niños, tenían que trabajar, bien en el campo sin tener casi tiempo para ir a la escuela [en el caso de la modestísima familia de mi madre] o bien en la tienda y la huerta después del colegio [en el caso de la mínimamente más pudiente familia de mi padre]. Eran pobres, necesitaban mano de obra y los hijos contribuían activamente a la supervivencia familiar. Ahora, en Europa, los padres tienen un sueldo suficiente para mantener a la familia entera. Además, es obligatorio que los niños vayan a la escuela. Si no llevas a tus hijos al colegio, el Estado te puede penalizar".

Mohammed suelta una carcajada y se gira de nuevo hacia mí, con una sonrisa que me parece de incredulidad.

- "En serio, te pueden amonestar por eso" -continúo-. "Aquí, apenas los niños pueden caminar, les dais una ramita y los mandáis a cuidar el ganado. Y casi desde que nacen son productivos. En Europa, tener hijos resulta carísimo, porque la ropa, los libros, la comida... no son baratos. Y además, mínimo hasta que terminan la educación obligatoria, a los 16 años, no trabajan, no producen".

La del trabajo infantil es una cuestión recurrente en las conversaciones africanas entre blancos bienintencionados. Pero, como todo, conviene ponerlo en contexto. Y aquí va mi intento.

miércoles, 17 de abril de 2013

Los caminos rojos de la décima colina

Cada mañana, a primera hora, cientos -quizá miles- de corredores se echan a los caminos de tierra roja de Iten, el pueblo de la décima colina. Allí se mezclan aspirantes, profesionales y estrellas. Este interesante y hermoso rincón del mundo vomita, cada año, campeones a discreción. Es por eso que el deporte ha transformado al propio pueblo, convirtiéndolo en una curiosa isla de desarrollo económico y social en las montañas del oeste de Kenia.




Desde que fui allí por primera vez, en abril del pasado año (entonces escribí Campeones del mundo y El país de los avestruces), he tratado -como infinidad de periodistas- de desentrañar los secretos del éxito de los corredores de la zona. He vuelto en dos ocasiones en el último mes, la primera de ellas con los genios de Álvaro Barrantes y Xavi Aldekoa para grabar un documental. Y en cada visita me he dado más cuenta de lo extraordinario del lugar.

miércoles, 10 de abril de 2013

La ceremonia de los tres millones de euros

La lista de buenos momentos que te puede regalar el despertador sonando a las cinco y media de la mañana es reducida casi por definición. El caso de ayer siguió la norma.

Después de cubrir una insufrible campaña electoral en Kenia y unos comicios, sólo quedaba ya asistir a la investidura presidencial para olvidarse de todo este maldito asunto de una puta vez por todas.

Había diluviado toda la noche. Sin embargo, al llegar al estadio del complejo deportivo Moi, en Kasarani, unos pocos kilómetros al norte de Nairobi, la estampa era algo más poética.