- "¿Te puedo preguntar algo?", me dijo, entre tímido y curioso Mohammed Ahmed, un conductor de tuk-tuk yemení afincado en Mombasa desde hace más de veinte años.
- "Claro", contesté, impaciente por ver la salida del buen hombre.
- "¿Por que los europeos tenéis tan pocos hijos?", dijo girando la cabeza, mientras conducía por la hermosa calle Mama Ngina, que mira al Océano Índico.
Como es la enésima vez que respondo a la pregunta, sólo tuve que darle mentalmente al play y soltar el rollo:
- "Pues verás, en mi país, hace décadas, la sociedad no era tan distinta a la de aquí. Tanto mi padre como mi madre, por ejemplo, tienen cuatro hermanos, nacieron en zonas rurales y emigraron a distintas ciudades a buscarse la vida. De niños, tenían que trabajar, bien en el campo sin tener casi tiempo para ir a la escuela [en el caso de la modestísima familia de mi madre] o bien en la tienda y la huerta después del colegio [en el caso de la mínimamente más pudiente familia de mi padre]. Eran pobres, necesitaban mano de obra y los hijos contribuían activamente a la supervivencia familiar. Ahora, en Europa, los padres tienen un sueldo suficiente para mantener a la familia entera. Además, es obligatorio que los niños vayan a la escuela. Si no llevas a tus hijos al colegio, el Estado te puede penalizar".
Mohammed suelta una carcajada y se gira de nuevo hacia mí, con una sonrisa que me parece de incredulidad.
- "En serio, te pueden amonestar por eso" -continúo-. "Aquí, apenas los niños pueden caminar, les dais una ramita y los mandáis a cuidar el ganado. Y casi desde que nacen son productivos. En Europa, tener hijos resulta carísimo, porque la ropa, los libros, la comida... no son baratos. Y además, mínimo hasta que terminan la educación obligatoria, a los 16 años, no trabajan, no producen".
La del trabajo infantil es una cuestión recurrente en las conversaciones africanas entre blancos bienintencionados. Pero, como todo, conviene ponerlo en contexto. Y aquí va mi intento.
Las familias modernas kenianas (e intuyo que en otras partes del continente será igual), sobre todo entre la creciente clase media y la élite económica, cuentan con menos hijos. Los padres y las madres recientes que conozco lo han sido siendo más adultos, y ninguno de ellos quieren más de dos o tres vástagos [por favor, vayan al minuto -10:25 del vídeo aquí enlazado y entenderán la negrita].
Pero antes de continuar, estaría bien establecer qué es ser niño en esta zona. En el magistral Soltanto un giornalista, el legendario reportero italiano Indro Montanelli recuerda su desplazamiento a la Etiopía ocupada por Mussolini. A su vuelta, habla de las críticas que recibe cuando la gente se entera de que allí se ha acostado con una joven de 14 años -cito de memoria- y él responde algo así como: "En Etiopía con 14 años son más mujeres que muchas adultas de aquí [Italia]".
En Kenia conozco algunos casos de niños considerados adultos a edades totalmente aleatorias. Pero de niños, en particular de los de Sierra Leona, quien sabe infinito es Chema Caballero. Aquí un fragmento de Los hombres leopardo se están extinguiendo:
Determinar quién es joven en Sierra Leona, y en la mayoría los países africanos, es siempre un problema. Las categorías de niño, joven o adulto no coinciden con la edad biológica, sino con el hecho de la iniciación en la sociedad secreta [o en la comunidad de turno, en otros países africanos].
[...]
La inexistencia de registros civiles agrava el problema a la hora de determinar la edad. No existe recuerdo de la fecha de nacimiento, porque esta es irrelevante, lo importante es el rito de iniciación en la sociedad secreta, que es el acto que marca el paso de la infancia a la madurez.
Cuando se pregunta a alguien sobre su fecha de nacimiento, normalmente dirá:
- Dice mi madre que nací el año de la gran tormenta, la que levantó el mango que estaba detrás de nuestra casa, justo antes de que empezasen a sembrar el arroz.
Tú, ingenuamente, puedes querer indagar un poco más y preguntar:
- Pero, ¿cuándo sucedió esa gran tormenta? -porque, evidentemente, tormentas enormes suceden cada año, al inicio y al final de la estación de lluvias, y todas arrancan árboles.
- No lo sé, pero deben de hacer pasado por lo menos veinte años, porque al año siguiente mi padre plantó otro mango y ya está dando frutos.
Un mango da frutos a los cinco años, y el chico que te está echando las cuentas no tiene más de doce, así que es mejor desistir y no seguir investigando.
Esta ambigüedad presenta problemas a la hora de inscribir a los niños en el colegio. Las fichas de registro del Ministerio de Educación, que los maestros tienen que rellenar, contienen un apartado donde se pide la fecha de nacimiento del menor. Para determinarla, los maestros siguen un procedimiento ya establecido: primero evalúan si el niño o la niña tiene los siete años que se requieren para iniciar la educación primaria, y para ello le hacen pasar el brazo derecho por encima de la cabeza y tocarse la oreja izquierda. Si el menor lo consigue significa que tiene esa edad. A partir de ahí, el maestro calcula el año de nacimiento guiado por los datos que pueda recabar de la familia:
- Nació el año en que tuvimos tanta cosecha de arroz.
- Nació el año en el que Pa Alhajie murió.
Y así sucesivamente. Luego, para determinar el mes, se pregunta si el niño nació antes de plantar el arroz, duarnte la siembre o después de la siembra. A partir de estos datos, el maestro establece un día, mes y año de nacimiento para el alumno, que será la edad escolar que le acompañará durante todo el tiempo que esté en el colegio.
Esto está cambiando en las zonas urbanas, no tanto en las rurales. No es sorprendente que alguien te diga que nació el 1 de enero, por ejemplo. Me gustaría saber el porcentaje de población en Kenia que "ha nacido" el 1 de enero, fecha estándar por excelencia.
Contaba Ryszard Kapuscinski en Ébano que los niños son los encargados de ir a buscar el agua, algo que en la actualidad sigue siendo habitual y no sólo en el campo, como pude comprobar en la ciudad etíope de Gondar...
Por la calle se ven infinidad de jóvenes y niños haciendo todo tipo de cosas. Al ver pasar a un blanco no es extraño que abandonen su actividad, cambien el gesto para poner cara de pena y pidan dinero. Una vez que se les niega la limosna, retoman sus asuntos y siguen como si nada.
Las pirámides de población de los países subsaharianos cuentan con una amplísima base y una afiladísima cúspide, que indica la abundancia de niños y jóvenes, en contraposición a lo escaso de los ancianos. Así, cuando se regresa a Europa resulta extraño observar una población tan envejecida, y casi da la sensación de estar en un lugar tomado por un multitudinario viaje del Imserso.
Esos niños negritos que sonríen tanto a pesar de ser tan pobres (¿alguien me puede explicar esta tan manida relación entre pobreza y felicidad?) trabajan porque, como en el mundo sin recursos, no les quedan más cojones. Como siempre, trabajan los pobres.
Sin embargo, siendo la población infantil-juvenil la mayoritaría, podríamos decir que los niños no sólo trabajan, sino que, en este continente, los niños hacen muchas otras cosas. Si seguimos mirando a los niños africanos con ojos europeos (error, a mi parecer, porque el entorno no es comparable), descubriremos que los niños (es decir, menores de 18 años, digamos) hacen de todo: van al colegio, cuidan de sus familias, se drogan, roban, juegan a videojuegos o al fútbol, bailan...
Escribe Kapuscinski:
Leo a veces que en América o en Europa un niño ha disparado sobre otro niño. Que ha matado a uno de su misma edad o a un adulto. Este tipo de información suele ir acompañado de expresiones de estupefacción y espanto. Pues bien, en África los niños llevan años, muchos, mucho tiempo, matando a otros niños, y en masa. A decir verdad, las guerras contemporáneas que se libran en este continente son guerras de niños.
De niños sin recursos. El mundo que se abre ante sus ojos es más limitado del que sueñan. Porque ese arma de destrucción masiva de la diversidad llamado televisión les muestra un mundo con el que fantasean: el nuestro.
Recurro de nuevo a Chema Caballero:
Quizá por eso, por vivir con la mirada puesta en el infinito, son pocos los [jóvenes] que realmente se comprometen a cambiar las estructuras que les están oprimiendo en su propio país. Si alguno tiene oportunidades y llega alto, terminará comportándose como los otros bigman, los hombres importantes del país que necesitan grandes cantidades de dinero para mantener su estatus, y por eso deben recurrir a la corrupción o al robo de los recursos del Estado para mantenerse donde está.
Los jóvenes son la única esperanza que le queda a África para romper con su situación actual y cambiar [aquí no estoy al cien por cien de acuerdo, aunque Chema tiene mil veces más "experiencia africana" que un servidor]. Constituyen la mayoría de la población del continente. Son la fuerza que quiere que las cosas cambien en sus países y buscan medios y formas para conseguirlo.
Pero, al mismo tiempo, constituyen un potencial peligro, porque la frustración y amargura que acumulan pueden, en cualquier momento, ser utilizados por algún líder carismático que los agrupe y promueva guerras y revueltas que vuelvan a arrasar el continente africano.
Sin intención alguna de justificar la situación (sólo de ponerla en contexto), la cuestión del demonizado trabajo infantil se podría resumir en términos económicos: los niños trabajan cuando sus familias son pobres. No he leído que nadie dijera nada por el trabajo que llevaban a cabo nuestros padres de niños. Desde que en Europa pasaron las guerras y somos ricos, nos permitimos el lujo de pensar en ayudar a los demás. El trabajo infantil no se frena apadrinando a un niño, haciendo trabajos voluntarios para que los niños no tengan que trabajar o aportando fondos a ONGs que nos muestran campañas lagrimeras de niños cubiertos de moscas.
Como hemos visto, cuanto más ricas sean las familias, más posibilidades hay de que los niños no tengan que trabajar [ojo, que el trabajo también es una buena medicina para que no te salga un hijo gilipollas]. Así pues, habría que idear una estrategia que modificara la estructura estatal para que la riqueza se distribuyera de forma más equitativa. O habría que revisar los tratados comerciales de las empresas extranjeras en África para que hubiera intercambios más justos. O habría que supeditar la ayuda al desarrollo a un seguimiento y estricta rendición de cuentas del gobierno de turno. O alguna otra solución que permitiera aumentar de forma justa las rentas de las familias pobres. No poner parches oenegeros que -tirando de refranero castellano casi de forma literal- son, en muchas ocasiones, pan para hoy y hambre para mañana. El tema es complejísimo y acepto encantado sugerencias.
- "Claro", contesté, impaciente por ver la salida del buen hombre.
- "¿Por que los europeos tenéis tan pocos hijos?", dijo girando la cabeza, mientras conducía por la hermosa calle Mama Ngina, que mira al Océano Índico.
Como es la enésima vez que respondo a la pregunta, sólo tuve que darle mentalmente al play y soltar el rollo:
- "Pues verás, en mi país, hace décadas, la sociedad no era tan distinta a la de aquí. Tanto mi padre como mi madre, por ejemplo, tienen cuatro hermanos, nacieron en zonas rurales y emigraron a distintas ciudades a buscarse la vida. De niños, tenían que trabajar, bien en el campo sin tener casi tiempo para ir a la escuela [en el caso de la modestísima familia de mi madre] o bien en la tienda y la huerta después del colegio [en el caso de la mínimamente más pudiente familia de mi padre]. Eran pobres, necesitaban mano de obra y los hijos contribuían activamente a la supervivencia familiar. Ahora, en Europa, los padres tienen un sueldo suficiente para mantener a la familia entera. Además, es obligatorio que los niños vayan a la escuela. Si no llevas a tus hijos al colegio, el Estado te puede penalizar".
Mohammed suelta una carcajada y se gira de nuevo hacia mí, con una sonrisa que me parece de incredulidad.
- "En serio, te pueden amonestar por eso" -continúo-. "Aquí, apenas los niños pueden caminar, les dais una ramita y los mandáis a cuidar el ganado. Y casi desde que nacen son productivos. En Europa, tener hijos resulta carísimo, porque la ropa, los libros, la comida... no son baratos. Y además, mínimo hasta que terminan la educación obligatoria, a los 16 años, no trabajan, no producen".
La del trabajo infantil es una cuestión recurrente en las conversaciones africanas entre blancos bienintencionados. Pero, como todo, conviene ponerlo en contexto. Y aquí va mi intento.
Las familias modernas kenianas (e intuyo que en otras partes del continente será igual), sobre todo entre la creciente clase media y la élite económica, cuentan con menos hijos. Los padres y las madres recientes que conozco lo han sido siendo más adultos, y ninguno de ellos quieren más de dos o tres vástagos [por favor, vayan al minuto -10:25 del vídeo aquí enlazado y entenderán la negrita].
Pero antes de continuar, estaría bien establecer qué es ser niño en esta zona. En el magistral Soltanto un giornalista, el legendario reportero italiano Indro Montanelli recuerda su desplazamiento a la Etiopía ocupada por Mussolini. A su vuelta, habla de las críticas que recibe cuando la gente se entera de que allí se ha acostado con una joven de 14 años -cito de memoria- y él responde algo así como: "En Etiopía con 14 años son más mujeres que muchas adultas de aquí [Italia]".
En Kenia conozco algunos casos de niños considerados adultos a edades totalmente aleatorias. Pero de niños, en particular de los de Sierra Leona, quien sabe infinito es Chema Caballero. Aquí un fragmento de Los hombres leopardo se están extinguiendo:
Determinar quién es joven en Sierra Leona, y en la mayoría los países africanos, es siempre un problema. Las categorías de niño, joven o adulto no coinciden con la edad biológica, sino con el hecho de la iniciación en la sociedad secreta [o en la comunidad de turno, en otros países africanos].
[...]
La inexistencia de registros civiles agrava el problema a la hora de determinar la edad. No existe recuerdo de la fecha de nacimiento, porque esta es irrelevante, lo importante es el rito de iniciación en la sociedad secreta, que es el acto que marca el paso de la infancia a la madurez.
Cuando se pregunta a alguien sobre su fecha de nacimiento, normalmente dirá:
- Dice mi madre que nací el año de la gran tormenta, la que levantó el mango que estaba detrás de nuestra casa, justo antes de que empezasen a sembrar el arroz.
Tú, ingenuamente, puedes querer indagar un poco más y preguntar:
- Pero, ¿cuándo sucedió esa gran tormenta? -porque, evidentemente, tormentas enormes suceden cada año, al inicio y al final de la estación de lluvias, y todas arrancan árboles.
- No lo sé, pero deben de hacer pasado por lo menos veinte años, porque al año siguiente mi padre plantó otro mango y ya está dando frutos.
Un mango da frutos a los cinco años, y el chico que te está echando las cuentas no tiene más de doce, así que es mejor desistir y no seguir investigando.
Esta ambigüedad presenta problemas a la hora de inscribir a los niños en el colegio. Las fichas de registro del Ministerio de Educación, que los maestros tienen que rellenar, contienen un apartado donde se pide la fecha de nacimiento del menor. Para determinarla, los maestros siguen un procedimiento ya establecido: primero evalúan si el niño o la niña tiene los siete años que se requieren para iniciar la educación primaria, y para ello le hacen pasar el brazo derecho por encima de la cabeza y tocarse la oreja izquierda. Si el menor lo consigue significa que tiene esa edad. A partir de ahí, el maestro calcula el año de nacimiento guiado por los datos que pueda recabar de la familia:
- Nació el año en que tuvimos tanta cosecha de arroz.
- Nació el año en el que Pa Alhajie murió.
Y así sucesivamente. Luego, para determinar el mes, se pregunta si el niño nació antes de plantar el arroz, duarnte la siembre o después de la siembra. A partir de estos datos, el maestro establece un día, mes y año de nacimiento para el alumno, que será la edad escolar que le acompañará durante todo el tiempo que esté en el colegio.
Esto está cambiando en las zonas urbanas, no tanto en las rurales. No es sorprendente que alguien te diga que nació el 1 de enero, por ejemplo. Me gustaría saber el porcentaje de población en Kenia que "ha nacido" el 1 de enero, fecha estándar por excelencia.
Contaba Ryszard Kapuscinski en Ébano que los niños son los encargados de ir a buscar el agua, algo que en la actualidad sigue siendo habitual y no sólo en el campo, como pude comprobar en la ciudad etíope de Gondar...
Por la calle se ven infinidad de jóvenes y niños haciendo todo tipo de cosas. Al ver pasar a un blanco no es extraño que abandonen su actividad, cambien el gesto para poner cara de pena y pidan dinero. Una vez que se les niega la limosna, retoman sus asuntos y siguen como si nada.
Las pirámides de población de los países subsaharianos cuentan con una amplísima base y una afiladísima cúspide, que indica la abundancia de niños y jóvenes, en contraposición a lo escaso de los ancianos. Así, cuando se regresa a Europa resulta extraño observar una población tan envejecida, y casi da la sensación de estar en un lugar tomado por un multitudinario viaje del Imserso.
Esos niños negritos que sonríen tanto a pesar de ser tan pobres (¿alguien me puede explicar esta tan manida relación entre pobreza y felicidad?) trabajan porque, como en el mundo sin recursos, no les quedan más cojones. Como siempre, trabajan los pobres.
Sin embargo, siendo la población infantil-juvenil la mayoritaría, podríamos decir que los niños no sólo trabajan, sino que, en este continente, los niños hacen muchas otras cosas. Si seguimos mirando a los niños africanos con ojos europeos (error, a mi parecer, porque el entorno no es comparable), descubriremos que los niños (es decir, menores de 18 años, digamos) hacen de todo: van al colegio, cuidan de sus familias, se drogan, roban, juegan a videojuegos o al fútbol, bailan...
Escribe Kapuscinski:
Leo a veces que en América o en Europa un niño ha disparado sobre otro niño. Que ha matado a uno de su misma edad o a un adulto. Este tipo de información suele ir acompañado de expresiones de estupefacción y espanto. Pues bien, en África los niños llevan años, muchos, mucho tiempo, matando a otros niños, y en masa. A decir verdad, las guerras contemporáneas que se libran en este continente son guerras de niños.
De niños sin recursos. El mundo que se abre ante sus ojos es más limitado del que sueñan. Porque ese arma de destrucción masiva de la diversidad llamado televisión les muestra un mundo con el que fantasean: el nuestro.
Recurro de nuevo a Chema Caballero:
Quizá por eso, por vivir con la mirada puesta en el infinito, son pocos los [jóvenes] que realmente se comprometen a cambiar las estructuras que les están oprimiendo en su propio país. Si alguno tiene oportunidades y llega alto, terminará comportándose como los otros bigman, los hombres importantes del país que necesitan grandes cantidades de dinero para mantener su estatus, y por eso deben recurrir a la corrupción o al robo de los recursos del Estado para mantenerse donde está.
Los jóvenes son la única esperanza que le queda a África para romper con su situación actual y cambiar [aquí no estoy al cien por cien de acuerdo, aunque Chema tiene mil veces más "experiencia africana" que un servidor]. Constituyen la mayoría de la población del continente. Son la fuerza que quiere que las cosas cambien en sus países y buscan medios y formas para conseguirlo.
Pero, al mismo tiempo, constituyen un potencial peligro, porque la frustración y amargura que acumulan pueden, en cualquier momento, ser utilizados por algún líder carismático que los agrupe y promueva guerras y revueltas que vuelvan a arrasar el continente africano.
Sin intención alguna de justificar la situación (sólo de ponerla en contexto), la cuestión del demonizado trabajo infantil se podría resumir en términos económicos: los niños trabajan cuando sus familias son pobres. No he leído que nadie dijera nada por el trabajo que llevaban a cabo nuestros padres de niños. Desde que en Europa pasaron las guerras y somos ricos, nos permitimos el lujo de pensar en ayudar a los demás. El trabajo infantil no se frena apadrinando a un niño, haciendo trabajos voluntarios para que los niños no tengan que trabajar o aportando fondos a ONGs que nos muestran campañas lagrimeras de niños cubiertos de moscas.
Como hemos visto, cuanto más ricas sean las familias, más posibilidades hay de que los niños no tengan que trabajar [ojo, que el trabajo también es una buena medicina para que no te salga un hijo gilipollas]. Así pues, habría que idear una estrategia que modificara la estructura estatal para que la riqueza se distribuyera de forma más equitativa. O habría que revisar los tratados comerciales de las empresas extranjeras en África para que hubiera intercambios más justos. O habría que supeditar la ayuda al desarrollo a un seguimiento y estricta rendición de cuentas del gobierno de turno. O alguna otra solución que permitiera aumentar de forma justa las rentas de las familias pobres. No poner parches oenegeros que -tirando de refranero castellano casi de forma literal- son, en muchas ocasiones, pan para hoy y hambre para mañana. El tema es complejísimo y acepto encantado sugerencias.
3 comentarios:
Interesantísimo texto. Gracias por ayudarnos a pensar! :)
¡Gracias por el comentario, Laura! Al final me ha salido un collage de ideas sin hilar, la verdad...
Un beso!
Ya hemos hablado mas veces de esto, y cada vez me convencen mas tus ideas... pero aunque conoceras mil proyectos oenegeros que no tienen futuro, seguramente otros, aunque saquen a un solo niño o familia de su situacion, ya habra valido la pena...
Sin que por eso se tenga que repartir mejor la riqueza, y que todos ellos den un puñetazo en la mesa de una vez por todas...
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