Dije hace un par de entradas que había pasado dos meses fuera de Nairobi por diversos motivos. Lo cual, como medida de higiene mental, no está nada mal. Ha coincidido que en este tiempo he podido leerme un libro que me recomendó hace tiempo una amiga: Los Papalagi, de Eric Scheurmann. Los textos serían discursos que (cito tal cual viene en su entrada en la Wikipedia) el jefe samoano Tuiavii de Tiavea dirige a sus conciudadanos, en los que describe un supuesto viaje por Europa en el periodo justamente anterior a la Primera Guerra Mundial. Erich Scheurmann habría sido testigo de tales discursos, y los habría traducido al alemán. Y no es ni mucho menos lo mismo, pero después de un tiempo sin ir a España, y luego al volver a Nairobi tras una estancia española tan prolongada, hay algunas cosas que me siguen resultando curiosas.
He aquí un pequeño relato sobre cómo vi la ciudad de los blancos (Madrid), en comparación con la ciudad de los negros (Nairobi).
En la ciudad de los blancos, todo se moldea al antojo del hombre. La noche es noche hasta que se desee, pues las ventanas se ciegan con un instrumento llamado persiana. Estas persianas hacen perder la noción del tiempo y te desorientan, porque tapan toda la luz que el Sol pueda emitir. Se colocan sobre las ventanas y se desenrrollan mediante un mecanismo accionado por una cuerda.
He aquí un pequeño relato sobre cómo vi la ciudad de los blancos (Madrid), en comparación con la ciudad de los negros (Nairobi).
En la ciudad de los blancos, todo se moldea al antojo del hombre. La noche es noche hasta que se desee, pues las ventanas se ciegan con un instrumento llamado persiana. Estas persianas hacen perder la noción del tiempo y te desorientan, porque tapan toda la luz que el Sol pueda emitir. Se colocan sobre las ventanas y se desenrrollan mediante un mecanismo accionado por una cuerda.