lunes, 30 de septiembre de 2013

Safari en Westgate

El problema de los imprevistos es su propia definición. Cierto que le añaden salsa a la vida, pero hay veces que son de lo más inoportuno. Así, un buen día en el que te dispones a ir de safari con tus amigos (ya has llegado al parque natural y todo), recibes una llamada. Es de un compañero, que te cuenta que ha habido un tiroteo en un centro comercial de Nairobi. Y toca dar media vuelta y pasar cuatro días escribiendo sobre otro tipo de fauna.



A partir de ese momento, el teléfono apenas deja de sonar en varias horas: Cruz Roja, la Policía, la Embajada de España... La información es confusa, fragmentada, hasta contradictoria. Poco después, empiezan las llamadas y mensajes de amigos, que se van enterando de lo sucedido y quieren asegurarse de que no te ha pillado. Porque te podría haber pillado: a ti y a todos tus amigos. Westgate era un centro comercial que ofrecía la mayoría de las escasas actividades de ocio de la capital keniana. Tenía cines y restaurantes variados. Tenía supermercado, tenía cajeros, tenía cafeterías, heladerías. Todos lo visitábamos varias veces por semana. Solo una amiga está allí y logra salir prácticamente a salvo.

Al principio, al llegar allá, con toda la confusión reinante, casi se puede hasta entrar. De hecho, un compañero de Reuters está ahí dentro, tranquilamente, viendo cadáveres -me dirá después-, si es que eso es algo que se pueda hacer tranquilamente. Desde fuera, vemos cómo evacúan a gente en shock, a heridos y a muertos. Los carros de la compra son ahora camillas en las que se evacúa a las víctimas. A esas alturas, empiezo a ser consciente de la masacre que los iluminados de Al Shabab acaban de realizar.

De vez en cuando se oyen disparos y hay que echarse al suelo y esconderse tras los coches del aparcamiento frente a Westgate, desde donde intentamos adivinar qué pasa. La organización brilla por su ausencia. El suceso ha pillado a todo el mundo por sorpresa. Solo la Cruz Roja -benditos ellos, una vez más- transmiten la sensación de saber lo que están haciendo. Pero, poco a poco, dejan de contarnos lo que ven, lo que saben. Intuimos que el Gobierno quiere tener toda la información controlada, pero no sabe cómo. Y lo hacen a lo bruto: cerrando los canales habituales y abriendo los suyos propios. Y ahí cada uno dice una cosa que contradice lo del de al lado.

No recuerdo haber oído disparos antes. Ver muertos, por desgracia, sí. Las películas, como casi siempre, distorsionan la realidad. En verdad, los tiros son como una traca de petardos. Y las explosiones, como uno bien gordo.

Mientras, se amplía el cordón de seguridad. Nos alejan del centro comercial. Hay militares con casco, chaleco antibalas, rifles, vestidos de camuflaje, apostados en las postrimerías de Westgate. Y eso no hace presagiar nada bueno.

Lo hablamos entre los colegas de la prensa española: la masacre apunta a mucho más de lo que se sabe. Un sábado por la mañana en Westgate puede haber entre mil y dos mil personas.


A partir de ahí, empiezan más de tres días que, por la escasez de horas de sueño, es como si fueran uno solo y me es imposible separar uno de otro. Estamos casi encerrados en un templo indio, el Oshwal centre, reconvertido en hospital de campaña y pseudo-centro de prensa. Se duerme allí como se puede. Alguna vez toca echarse al suelo porque se oyen disparos (en una de esas que estoy corriendo a cubierto, el suelo está húmedo, resbalo y me pego una galleta María Fontaneda de las hojaldradas);  otras veces, evacúan a todo el personal de allí.

La noche del domingo, harto de estar encerrado, decido acercarme a Westgate, adonde nos tienen vetado el acceso. Aprovecho que sale un vehículo de Cruz Roja, y con la noche, la lluvia y puesta la capucha de mi chubasquero rojizo como los de la citada organización, camino fuera de la verja, custodiada celosamente por soldados que nos impiden la salida. Pero están abriendo la puerta al coche, y aprieto el paso. Todavía encapuchado, camino recto... a ver hasta dónde cuela. Primeros metros, y nadie me ahuyenta. "Sigue", me digo, "hasta que alguien te diga que de qué vas". Y eso sucede a pocos metros de la entrada princial de Westgate. Con medio ejército, policía y demás desplegados, he llegado hasta allí sin que nadie se parara a registrarme, me pidiera identificación o simplemente, me preguntara a dónde iba. La seguridad, tras un atentado semejante, es tan destacada como la organización. Pero un indio keniano grandote, que luego sabré que trabaja para el Ejército de Kenia, me suelta, con toda la razón del mundo, que dónde creo que voy. Y la verdad es que no lo tengo del todo claro. Yo, todo digno a pesar de saber que no estaba autorizado a pasar por ahí, le suelto que "soy de la prensa", que a veces nos pensamos que es una barra libre para todo. Obviamente, aquí no cuela. Me dice que me acerque a él, y que si quiero aproximarme más a la puerta del centro comercial, que espere a que se termine el cigarro. Cumple su promesa y, tras fumar junto con un soldado y aclararme algunas cosas de la operación que los soldados están haciendo ahí dentro, me acompaña un minuto a pocos metros de la entrada. Tengo la información que necesitaba, así que me puedo volver tranquilo. Y me quedo merodeando en una zona más retirada hasta que los militares nos largan, a mí y a otros dos compañeros que se unen más tarde al paseo nocturno.

Vamos hablando con testigos, rascando declaraciones, imágenes. Trabajando como auténticas mulas. Los compañeros se vuelven la familia (a veces en el sentido mafioso de la palabra) y hay muestras de solidaridad en cada esquina, contagiados, imagino, del espíritu de alrededor, puesto que un país como Kenia ha olvidado sus rencillas tribales para volcarse con los afectados. Nos mezclamos soldados, bomberos, voluntarios, personal de emergencias, periodistas de todas las razas y procedencias en una suerte de macabro y trasnochado anuncio de Benetton.



Con el paso de los días, va saliendo mierda: el Gobierno ofrece imprudentes ruedas de prensa en las que el incompetente ministro del Interior, Joseph Ole Lenku, se dedica a decir lo contrario a lo que cuenta el resto del mundo. Dice que el número de víctimas que puede quedar dentro de Westgate tras concluir la toma del edificio es "insignificante", como si hubiera muertos que no contaran. Luego dice que no hay desaparecidos, cuando la Cruz Roja sigue teniendo una lista con varias decenas de personas en nómina. Dice, por ejemplo, que la columna de humo que surge del edificio se debe a la quema de mantas (y/o colchones) por parte de los fundamentalistas, cuando el humo ha llegado seguido de una fortísima explosión. Después un militar contará que ha sido un terrorista suicida, que se ha inmolado. Ole Lenku niega también la evidencia, como que el incendio está sofocado, cuando el humo es visible desde kilómetros a la redonda. Y suelta, en fin,  una serie de chorradas  que no se cree nadie. La prensa local, traumatizada por la violencia postelectoral del 2007-8, hace como en los comicios del pasado marzo y cierra filas con el Ejecutivo. Salta a escena el discurso patriótico y la ausencia de preguntas. Las fuentes se nos van limitando aún más. Llega un momento en el que los rumores son tan gordos, y la guerra de propagandas entre Al Shabab y Kenia es tal, que uno no sabe a qué atenerse.

Quedan muchas preguntas, además de la duda de si alguna vez realmente sabremos lo que pasó. Hollywood tiene una buena película aquí, aunque dudo mucho que contribuya a la reconstrucción fiel del suceso. Hasta les dejo aquí el protagonista, uno de los héroes de Westgate, aunque decenas de ellos son y serán siempre anónimos. El título del filme bien podría ser una declaración escuchada a los testigos hasta la saciedad: "Pensábamos que era un atraco normal...". Atraco normal, oiga. Nai-rob-me o Nairobbery no tiene fama en vano.

Y uno, a lo largo de los días subsiguientes, se queda tratando de asimilar lo sucedido. Porque cuando ves un atentado que te podría haber tocado, las cosas son distintas. Escribirlo es mi intento de explicármelo.

En los últimos años, tristemente, hemos ido asociando fechas a ciudades, con motivo de ataques terroristas. Si Nueva York tiene el 11S, Madrid el 11M, y Londres el 7J, Nairobi tiene, de ahora en adelante, el 21S. Quizá sea la fecha en la que la ciudad haya cambiado para siempre. Quizá nosotros también con ella.

3 comentarios:

Nacho Dimitri dijo...

Desde que me enteré estaba esperando esta entrada...muy interesante leer la historia así.

Abrazos y ánimo (aunque supongo que vivir algo así a nivel profesional tiene que curtir lo suyo eh!)

Lorenzo Pardo dijo...

Dentro de lo angustioso de la noticia, el artículo me parece magistral. Tienes mucha mano para contar algo tan terrible informando y sin cerrar los ojos al humor, que si bien no resulta blanco (cómo podría), tampoco resulta negro ni macabro.

Enhorabuena por el resultado, y qué triste la causa, lástima que sigas teniendo que escribir sobre cosas así. Algún día...

Javier Triana dijo...

Gracias por los comentarios, chicos. Curtir curte, pero cierto que te deja un poco más chalao de lo que ya estaba antes...
Un abrazo!