Maternidad del Hsopital Memorial José Fabella de Manila. Foto: Nacho Hernández. |
Si la esquizofrenia fuera un lugar, es
probable que se tratara del Hospital Memorial José Fabella. Ubicado
en Manila, es considerada la maternidad más ajetreada del mundo.
Llantos de bebés se trenzan con la estridente megafonía, docenas de
enfermeras que no paran de circular y un calor asfixiante y húmedo
apenas atenuado por unos ventiladores donados por una escuela china
de la capital filipina.
A finales de julio, el José Fabella
vio nacer al bebé número cien millones del país: una niña llamada
Chonalyn. Como ella, una quinta parte de los nuevos habitantes del
área metropolitana de Manila, que supera los 15 millones, nacen aquí
de madres sin recursos. De estos, al menos dos millones habitan en
chabolas, según las cifras del Ministerio de Bienestar y Desarrollo,
que datan de 2011. Desde este departamento aseguran que la cifra ha
crecido con fuerza desde entonces, debido en parte a la mano de obra
barata del campo que sustenta la burbuja inmobiliaria en la ciudad.
Esta combinación de circunstancias les condena a una existencia de
trabajo infantil, hacinamiento, insalubridad, y falta de acceso a la
educación.
Teniendo en cuenta el berenjenal
imperante, la planta del José Fabella está impoluta. Atiborrada,
pero no infecta. Lo que falta es intimidad, algo que las madres
no parecen llevar mal del todo. “Hablamos entre nosotras del parto,
de si les dolió, de cómo se sintieron...”, cuenta sentada en la
cama Vanessa Gapasi, quien a sus 23 años acaba de dar a luz a su
tercer retoño. “No planeo tener más hijos”, prosigue.
“Es muy duro”. En el José Fabella, la epidural suena a título
de película de Spielberg. No obstante, Gapasi puede optar ahora a la
ligadura de trompas que ofrece el Gobierno de forma gratuita a partir
del tercer nacimiento. Son muchas las que eligen este método
anticonceptivo, algunas de las cuales sin consultarlo con sus
parejas.
Junaline Nepomuceno, sin embargo, lo meditó junto a su marido. Había oído algo sobre planificación familiar en un centro de salud de la modestísima barriada de Tondo, en la que reside y de donde proceden muchas de las parturientas que acuden al José Fabella. Así que, tras su quinto churumbel, a los 28 años, Nepomuceno optó por cerrar el grifo. Fue al José Fabella a dar a luz y se ligó las trompas justo después. “Hay veces en las que no hay trabajo y, si tienes muchos hijos, no puedes darles de comer”, razona. Su marido y ella regentan un puesto de frutas y verduras en un mercado cercano. El beneficio diario ronda los 300 pesos filipinos (unos 5 euros) para una familia de siete miembros. La casa en la que viven es oscura, insalubre e insuficiente para la energía de los chavales, que pasan gran parte del día en la calle. Pero logran que todos sus hijos estudien y la mayor de ellos, Erazel, aspira a ser médico.
“Creo que la superpoblación es algo
negativo. Las madres que vienen aquí, por lo general, no tienen
trabajo, ni capacidad económica para sustentar a sus hijos, ni para
costear su educación”. Para la enfermera Bukice, la pobreza y la
ausencia de una educación -y, por tanto, de un futuro halagüeño-
para los churumbeles son las consecuencias más sangrantes de este
fenómeno.
Es el caso de Marites Fugan-Pescoso,
madre de 9 hijos y residente en Tondo. “Yo quería solo cuatro
hijos, pero... no puedo controlar a mi marido”, cuenta, entre
risas, junto a su precaria casa de madera. Su esposo y sus dos hijos
mayores trabajan como bici-taxistas, un empleo que les genera lo
justo para mantenerse. “Nos da para la comida. Me gustaría ofrecer
una buena educación a mis niños, pero no tenemos suficiente
dinero”. Su hija mayor, de 19 años, acaba de casarse, y
Fugan-Pescoso no tiene prisa por que le haga abuela. “Solo quiero
un par de nietos, porque así ella les podrá dar un futuro mejor”.
* Este texto fue publicado el pasado 12 de noviembre en El Periódico de Catalunya, acompañado de la misma foto, obra de Nacho Hernández.
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