Lo malo de crearse grandes expectativas es que suelen conducir, de manera casi irremediable, a grandes decepciones. Sobre El sueño de África, de Javier Reverte, había escuchado grandes elogios, que hablaban de uno de los mejores libros de viajes de la literatura española. Supongo que esos parabienes procedían (no tengo muy claro quiénes me lo dijeron) de gente que jamás había estado aquí. O que había estado por un periodo muy breve. Entonces sí, el libro invita -efectivamente- a soñar, porque en nuestro país se sabe más bien poco de este continente, y las profusas descripciones hacen que la imaginación vuele.
Fue ahí donde hallé uno de los problemas con el libro: con las descripciones.
"La atmósfera se había limpiado al atardecer en la bocana del puerto bajo el suave soplo del kakazi, el viento del nordeste. Olía a agua de mar, a salazón caliente. Las formas de los barcos se dibujaban nítidas sobre la superficie quieta y verdosa de aquel brazo de océano encerrado en la rada".
Es una descripción al azar escogida entre las más de diez que me había marcado al leer el libro. En la tercera línea ya está uno de siesta mental. No es de extrañar, por tanto, que Reverte elogie Memorias de África, de Karen Blixen, porque las descripciones de la danesa son evocadoras, sí, pero igualmente soporíferas.
Aunque el primer inconveniente de todos me lo regaló el señor Reverte en el prólogo. Primer párrafo:
"El viaje que relata este libro fue realizado entre los meses de enero y abril de 1992. Los personajes que aparecen en el relato son todos reales, encontrados a lo largo del camino, así como los escenarios seguidos. No obstante, algunas situaciones han sido retocadas con toda deliberación por el autor, de forma tal que, trastocando un poco la realidad, ganase coherencia el relato. A veces hay que acercar lo real a lo imaginario para aproximarse mejor a la verdad".
Mal comienzo.
Luego tropecé reiteradamente con que África tal y África cual, afirmaciones que parecían sacadas de un desternillante texto sobre cómo escribir literatura de éxito sobre el continente. Uno de sus puntos, efectivamente, es tratar a África como si fuera homogénea, como si fuera un solo país, abarcable.
Otro aspecto que me chirrió durante la lectura fue la falta de coherencia: no puedes hablar de la "Ciudad de Piedra" (por "Stone Town", Zanzíbar, Tanzania) y luego escribir sobre "River Road" (que debería haber sido la "Calle del Río", en Nairobi, Kenia) o medir las distancias en pies y pulgadas. Pero quizá sea porque soy un purista asqueroso. No me lo tengan en cuenta.
Dicho esto: me parece un buen resumen de la historia del descubrimiento y la exploración del África oriental por parte de los blancos, sumado a algunos detalles de la historia de los indígenas, pero poco más. Cualquiera que haya pasado unas semanas por aquí sabrá que las situaciones que describe son la vida cotidiana de estas latitudes. Buena preparación del libro, buena documentación (y más teniendo en cuenta que se escribió a principios de los 90), bonito recorrido, pero -me van a perdonar- no he sido capaz de encontrarle gracia alguna.
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