Lleva un bastón apoyando en un hombro y cubre sus piernas con una colorida manta de cuadros blaugranas. Sus orejas están perforadas; sus dientes, hechos un asco. Sus treinta y ocho años equivalen a unos sesenta de los nuestros. El sol, en esta zona casi desértica del norte de Kenia, aplatana. Lemaya Liobor, comerciante de la tribu rendille, ha caminado tres días desde Ngurnit para llegar al mercado de ganado de Merille -donde se venden cabras, vacas y camellos-, y puede que se vuelva sin haber cerrado una sola venta.
"Vengo a pie, pero vuelvo en coche", aclara. Todo apunta a que la vuelta, aun motorizada, será con las manos vacías: el mercado está a punto de cerrar y no ha logrado acordar un buen precio para desprenderse de ninguno de sus camellos.
Tampoco es de extrañar, porque pide entre sesenta y setenta mil chelines kenianos por cada animal. Pero su experiencia le avisa de que la paciencia da sus beneficios. Cuando pregunto (a secas) quién cuida de su rebaño, de unos cuarenta camellos, se apresura a decir -traductor mediante- que contrata a gente para eso, pero que sus hijos van al colegio.
Un poco más allá, a una distancia de unas veinte boñigas frescas de estos cuadrúpedos, y unos treinta centímetros más abajo que Lemaya, está Losubo Galgideleh, con un maltrecho sombrero de vaquero calado en el melón. Aunque lo suyo, más que las vacas, son los camellos.
Hoy ha pagado treinta y cuatro mil chelines por un bicho jorobado de siete años. Como los animales son de lo más asustadizo y no logra amarrar su nueva adquisición, optamos por una foto general. Y ahí está, posando.
El comprador tiene intención de quedarse con el camello unas semanas y, luego, pretende colocarlo por cincuenta o sesenta mil chelines en el mercado de Isiolo, unos 140 kilómetros al sur de Rendille por la que puede que sea la mejor carretera por la que he transitado en más de dos años en Kenia. La calzada, construida el pasado año y todavía sin un sólo socavón, llega, literalmente, hasta este mercado. Así pues, las indicaciones para llegar a Merille son de lo más sencillo: ¿Dónde está el mercado? Sigue la carretera hasta el final.
Durante el tiempo en el que el nuevo mamífero esté con su familia, sus siete hijos, su mujer ("¡tengo sólo una!", afirma entre risotadas) y el propio Losubo beberán leche del animal. El líquido es mucho más blanco que la leche de vaca y tiene un sabor tan fuerte que da la sensación de estar lamiendo un camello. Una vez por semana, comen carne de camello. Una vez al día, comen. Que nadie se lleve a engaño: es lo habitual.
En esta zona semiárida, el robo de ganado ha sido, tradicionalmente, el deporte preferido. Por eso, para tratar de minimizar el riesgo de hostias, la Unión Europea (qué buenos somos, qué sobredosis de altruismo, redios) ha financiado parte del mercado de Rendille. Aseguran que es un éxito. Es difícil saber si comparte esta impresión el tetris de cabras apiñadas que abandona el recinto en furgoneta.
"Vengo a pie, pero vuelvo en coche", aclara. Todo apunta a que la vuelta, aun motorizada, será con las manos vacías: el mercado está a punto de cerrar y no ha logrado acordar un buen precio para desprenderse de ninguno de sus camellos.
Tampoco es de extrañar, porque pide entre sesenta y setenta mil chelines kenianos por cada animal. Pero su experiencia le avisa de que la paciencia da sus beneficios. Cuando pregunto (a secas) quién cuida de su rebaño, de unos cuarenta camellos, se apresura a decir -traductor mediante- que contrata a gente para eso, pero que sus hijos van al colegio.
Un poco más allá, a una distancia de unas veinte boñigas frescas de estos cuadrúpedos, y unos treinta centímetros más abajo que Lemaya, está Losubo Galgideleh, con un maltrecho sombrero de vaquero calado en el melón. Aunque lo suyo, más que las vacas, son los camellos.
Hoy ha pagado treinta y cuatro mil chelines por un bicho jorobado de siete años. Como los animales son de lo más asustadizo y no logra amarrar su nueva adquisición, optamos por una foto general. Y ahí está, posando.
El comprador tiene intención de quedarse con el camello unas semanas y, luego, pretende colocarlo por cincuenta o sesenta mil chelines en el mercado de Isiolo, unos 140 kilómetros al sur de Rendille por la que puede que sea la mejor carretera por la que he transitado en más de dos años en Kenia. La calzada, construida el pasado año y todavía sin un sólo socavón, llega, literalmente, hasta este mercado. Así pues, las indicaciones para llegar a Merille son de lo más sencillo: ¿Dónde está el mercado? Sigue la carretera hasta el final.
Durante el tiempo en el que el nuevo mamífero esté con su familia, sus siete hijos, su mujer ("¡tengo sólo una!", afirma entre risotadas) y el propio Losubo beberán leche del animal. El líquido es mucho más blanco que la leche de vaca y tiene un sabor tan fuerte que da la sensación de estar lamiendo un camello. Una vez por semana, comen carne de camello. Una vez al día, comen. Que nadie se lleve a engaño: es lo habitual.
En esta zona semiárida, el robo de ganado ha sido, tradicionalmente, el deporte preferido. Por eso, para tratar de minimizar el riesgo de hostias, la Unión Europea (qué buenos somos, qué sobredosis de altruismo, redios) ha financiado parte del mercado de Rendille. Aseguran que es un éxito. Es difícil saber si comparte esta impresión el tetris de cabras apiñadas que abandona el recinto en furgoneta.
2 comentarios:
Con acciones así, es evidente que la UE se merece el Nobel de la Paz (¬¬).
¿A que sí? ;) Gracias por el comentario, Anna! (y sí, soy tan malo "recomentando" como lo soy escribiendo emails...)
Publicar un comentario