Apoyada en uno de los muros de barro de su vivienda, Jane Muthoni Mara se afana en separar los granos de maíz buenos de los podridos. Es un movimiento mecánico. Toma unos cuantos de una bandeja de rafia trenzada, los escruta, y los lanza a un montón sobre una tela de saco, si es que son aptos. Cuando llegan los visitantes, se aparta de su actividad y saca unas sillas, dispuesta a contar su historia. No toda. “Esto no os lo va a decir ella porque no tiene confianza, pero le insertaron botellas de agua hirviendo en sus partes privadas”, dice el traductor, en medio del glosario de torturas que Jane rescata de su memoria.
Habla con un hilo de voz en el idioma
de su tribu, kikuyu, la que más padeció la colonización británica,
dado que sus tierras históricas de ocupación eran las más fértiles
de las aledañas a Nairobi. Los británicos las tomaron y emplearon a
sus habitantes en estas plantaciones en duras condiciones de trabajo,
con un sistema que prácticamente les hacía esclavos en su propia
tierra. Los agravios aumentaron al concluir la Segunda Guerra
Mundial, cuando los soldados británicos obtuvieron terrenos en Kenia
como recompensa a sus servicios durante la contienda, mientras que
los kenianos reclutados llegaron a casa para hallar una situación
peor que antes de partir al frente. Cuando trataron de mejorarla de
manera dialogada, a través de la agrupación civil Unión Africana
de Kenia (KAU), la callada colonial fue la respuesta. Fue entonces
cuando, en el seno de la KAU, surgió el movimiento Mau Mau, que
reclamaba tierra y libertad. Al principio, como en el caso de Mandela
en Sudáfrica, se limitó a una campaña de desobediencia a las
absurdas normas del sistema. “Si no llamabas 'bwana' (“señor”,
en suajili) a un colono, te podía dar una bofetada, o llamar a la
policía para que te arrestara. Y podían encarcelar tres meses por
eso”, rememora el secretario general de la Asociación de Veteranos
de Guerra Mau Mau, Gitu wa Kahengeri.
El recurso a las armas llegó poco
después. Los bandos difieren en quién comenzó las hostilidades
pero, en 1952, Gran Bretaña declaró el Estado de Emergencia para
terminar con la llamada rebelión Mau Mau, una tarea que esperaban
les llevara unos pocos meses. Comenzaron entonces redadas de
detenciones masivas que alcanzaron a la práctica totalidad de los
kikuyu. Hasta un millón y medio, según los cálculos de la
investigadora Caroline Elkins, autora del libro Britain's Gulag.
Pocos años después de derrotar al nazismo, Londres estaba
construyendo sus propios campos de concentración.
En estos centros de detención, las
torturas eran la rutina. “Te pegaban por las mañanas”, cuenta
Kahengeri, como si del programa de un macabro campamento de
verano se tratase. Las torturas variaban desde los latigazos, a palos,
culatazos, patadas, electrocuciones, atropellos... “Nos dieron una
paliza brutal a mí y a otros once compañeros. Yo fui el único
superviviente”, relata Wambugu wa Nyingi en su casa en el centro de
Kenia. La administración colonial ocultó esas muertes alegando que
los fallecidos habían bebido agua en mal estado, y la indignación por la farsa alcanzó incluso a los propios colonos. Estos malos tratos se aplicaban, supuestamente, para que el detenido confesara sus actos y pudiera así empezar una rehabilitación.
"En Mwea nos topamos con guardas muy
crueles. Muy crueles. Fue lo más duro que me encontré en mi tiempo
en campos de detención. Tenían todas las armas y les habían
ordenado hacer lo que fuera para extraer tu confesión. Y lo único
que hacían era golpearte. Me pegaron hasta la noche. Antes de
dormir, le pedí a Dios que se llevara mi vida, para no volver a la
mesa de interrogatorios al día siguiente. “Oh, creador, ¿puedes
quitarme la vida para no volver a ver lo que vi hoy?” Pero no me
mató. Me desperté por la mañana. Pero me salvó, porque no volví [a la sala de interrogatorio]. Me subieron a un Land Rover y me
llevaron a Gatundu Hitu Camp, el último antes de ser
liberado", explica Kahengeri.
Si se pregunta a los Mau Mau por la
violencia contra los colonos británicos, todos parecen refugiarse en
la máxima mandeliana de que la naturaleza de una lucha la
define el opresor y no el oprimido y que, “llegados a un cierto
punto, uno solo puede combatir el fuego con fuego”. Kahengeri lo
enuncia así: “Cuando se intenta
la paz y no tiene éxito, entonces la guerra llega”. Pero
aunque el territorio fuera entonces británico, el enfrentamiento fue
casi puramente entre africanos: leales a Reino Unido y Mau Mau. De
las decenas de miles de muertos del conflicto, solo una treintena
eran europeos.
Aunque la
independencia la lograron los Mau Mau, los beneficios los gozaron los
siervos de la corona británica. El que más, el primer presidente
del país, nacido Kamau wa Ngengi y autobautizado después Jomo
Kenyatta, quien jugó a ser el representante de la KAU en Londres
mientras se casó por conveniencia con una inglesa para caer
simpático en el Imperio. Volvió a Kenia a mediados de los años cuarenta en su versión
icono de la lucha independentista, fue detenido, juzgado y
sentenciado a cárcel por ello, y logró así la medalla de mártir
que le faltaba ante a su pueblo. A su salida de prisión, se erigió
en líder negociador. Y terminó, poco antes de acceder al poder,
calificando a sus antiguos camaradas de terroristas, en consonancia
con la versión de los colonos. Cuando, el 12 de diciembre de 1963,
la bandera de la KAU se convirtió en la de Kenia y Kenyatta tomó
oficialmente las riendas del nuevo país, no derogó la ley que
proscribía a los Mau Mau. Kahengeri no quiere hablar de traición, y
disculpa al llamado padre de la patria keniana diciendo que “se
olvidó” de revocar la norma. Para cualquier keniano leído,
como el activista Boniface Mwangi, aquello fue juego sucio de
manual.
Los Mau Mau salieron de prisión solo
para descubrir que sus tierras estaban ya repartidas y los trabajos
de la nueva administración, adjudicados entre la camarilla de
Kenyatta y demás fieles a Londres. Sus aspiraciones eran tan modestas como las de Jane,
quien antes de morir querría tener un par de acres a su nombre en
los que cultivar, incluso a sus casi 75 años.
Hubieron de esperar hasta 2003, bajo la
presidencia de Mwai Kibaki, para que la controvertida ley fuera
declarada nula. Tres años después, se erigía en el centro de
Nairobi una estatua a Dedan Kimathi, líder de los Mau Mau. Y, en
2010, la nueva Constitución cambiaba el Día de Kenyatta -el 20 de
octubre- por el Día de los Héroes. Pero los símbolos no dan de
comer, y miles exguerrilleros siguen sobreviviendo casi al día,
ahora ya ancianos.
Por eso, la compensación anunciada
recientemente por Londres a más de cinco mil Mau Mau torturados ha
supuesto una victoria, aunque pírrica. Si bien los 3.000 euros por
persona por haber sido apaleados -y hasta castrados- “está lejos
de ser suficiente”, según Gitu wa Kahengeri, “más vale pájaro en mano
que ciento volando”. El proceso judicial que comenzaron Wambugu y
Jane en 2009 junto a otros dos compañeros prosperó, a pesar de que
el Reino Unido se empeñó, ya desde los años previos a la
independencia, en destruir cualquier tipo de documento incriminatorio
para la metrópoli. Wambugu consiguió más de lo esperado: “Yo
sólo quería hacer a los británicos una pregunta: ¿Por qué me
detuvieron, y se quedaron con mi tierra y mi ganado?”
“Nos tendrían que compensar con
millones de chelines (decenas de miles de euros)”, apunta
Kahengeri. El precio de la tierra anhelada por los Mau Mau no es
precisamente barato. “Un terreno de un acre en esta zona cuesta (el
equivalente en moneda local a) diez mil euros”. La frustración por
la falta de reconocimiento y oportunidades se intuye en la tarjeta de
visita del secretario general de la asociación de veteranos Mau Mau,
en la que, en mayúsculas, en rojo y arriba del todo, reza “shujaa”:
héroe. Y a renglón seguido, “Honorable Doctor”. A juzgar por el relato, el título no le queda grande, a diferencia de la chaqueta que viste.
Así que si viajan a Kenia, cuando
aterricen en el Aeropuerto Internacional Jomo Kenyatta de Nairobi, no
olviden que la pista en la que su avión tocó tierra fue construida
por miles de Mau Mau detenidos a los que hoy nadie recuerda. Algunos
incluso murieron durante los trabajos forzosos. En el gobierno, por
contra, vuelve a estar la familia Kenyatta, que celebra sin escatimar gastos
el cincuentenario de su acceso al poder.
1 comentario:
Me ha gustado mucho, Javi, buen curro. No conocía la historia de la jugarreta de Kenyatta. Será un buen capítulo para cuando escribas la guía de Kenia, ejem.
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