viernes, 2 de mayo de 2014

Maratón a la igualdad



Una hora, seis minutos y treinta y seis segundos. “Creo que ese fue el momento en el que las cosas empezaron a cambiar”, aventura Gabriele Nicola, entrenador de, entre otras, la fondista keniana Mary Keitany. Una hora, seis minutos y treinta y seis segundos fue lo que necesitó Keitany para cruzar la meta en primer lugar en los mundiales de media maratón de 2009. Lo que nadie preveía entonces eran las consecuencias que el récord del torneo desencadenaría. Una hora, seis minutos y treinta y seis segundos fue, en definitiva, el tiempo que tardaron las mujeres de la meca del atletismo keniano, la localidad occidental de Iten, en pasar de ser consideradas propiedad del marido a respetable fuente de ingresos. Bueno, o casi.

En un país de fuerte tradición machista como Kenia, y en una zona rural como el pequeño Iten, digerir la aparición de mujeres de fama y solvencia económica no está siendo tarea baladí. Sirva de ejemplo el exmarido de Agnes Kiprop, ganadora de numerosas maratones de mediana importancia. “Él quería decidir qué hacer con mi dinero, comprar un coche... Así que decidí que lo mejor era quedarme sola con mis hijos”, relata apoyada en la valla que rodea al terreno que circunda su amplia vivienda a las afueras de Iten. En el interior, Kevin, su hijo mayor, pasa las horas jugando con su ordenador portátil, un lujo inalcanzable para la inmensa mayoría de la población keniana.

La estabilidad económica propiciada por el éxito en la pista es solo una de las claves de la revolución social que se está empezando a fraguar en Iten. De forma un tanto inesperada, la llegada de Gabriele Nicola a Iten en 2007 en busca de negocio tratando de llevar a las kenianas a los podios mundiales de maratón desembocaría en una serie de cambios cuyas fricciones están muy presentes en los caminos de tierra rojiza del pueblo keniano. El entrenador italiano vio que las pocas mujeres que entonces corrían lo hacían en medio de una manada de hombres, sin nadie que controlara sus tiempos, les proveyera avituallamiento, adaptara sus sesiones de ejercicio, controlara sus descansos, garantizara un alojamiento digno o asegurara una buena dieta. Decidió juntar a las más capaces, hacer un seguimiento y suministrar una serie de servicios para que éstas profesionalizaran su práctica deportiva. Como los resultados no tardaron en llegar, se fue forjando una mentalidad en el grupo de que ellas también eran capaces de igualar los logros de los hombres.


Helena Kirop, durante una sesión de fisioterapia

Convergieron también otros factores, como los viajes al extranjero para competir. En muchos de estos desplazamientos, las corredoras presenciaron situaciones de pareja que les eran extrañas: mujeres al volante, hombres en la cocina. “Cuando vas al extranjero, tu mente cambia”, expone de forma simple la menuda Florence Kiplagat, récord del mundo de media maratón, logrado en febrero en la Mitja Marató de Barcelona. “Luego vuelves a tu país y se lo cuentas a tu familia y amigos, y también les influye”.

El divorcio de Agnes, como el que también tuvo Florence por decisión propia, es un tema todavía bastante tabú en las zonas rurales africanas. Hablamos de un país en el que, según una encuesta del Ministerio de Desarrollo Social, Género e Infancia realizada en 2012, el 40 por ciento de las propias kenianas creen que deben tolerar la violencia matrimonial para poder mantener a la familia unida. Las separaciones de estas atletas respondieron a su negativa a ejercer de esposa tradicional en tiempos modernos. El entrenador de Florence, el reputado Renato Canova, concentra una clase de historia en cuatro frases: “En África, durante miles de años, el hombre tenía la obligación de ir a cazar y de defender el poblado. Y la mujer se encargaba de todo lo relacionado con el hogar. ¿Qué ha sucedido? Que con el paso del tiempo, ya no existe ni el cazador -porque vas a comprar al mercado-, ni la guerra”, explica Renato. El hombre del campo, ya sin esas dos tareas, no se ha hecho cargo de parte de las actividades que antes realizaba la mujer, sino que ahora se dedica, en gran medida, a zanganear. “Y la mujer sigue haciendo lo que hacía antes. Encuentras situaciones en las que una septuagenaria lleva cincuenta kilos de leña a la espalda y a su hijo, que camina al lado, ni se le ocurre llevarlo, aunque sea diez veces más fuerte”. La imagen es habitual.




Su tesis la apuntala Lornah Kiplagat, la primera keniana en volver a su región e invertir a gran escala en el desarrollo local los beneficios de su exitosa carrera deportiva. “Si echas un vistazo, verás a muchos hombres sentados sin hacer nada, pero difícilmente verás a una mujer sentada vagueando. Están siempre en casa, cuidando a los hijos, cocinando, lavando”. Las dificultades derivadas de ser mujer en la campiña keniana las sufrió Lornah en sus carnes, y de ahí su apuesta por procurar mejores oportunidades a las jóvenes de Iten. Ha creado un centro de entrenamiento que emplea a una docena de locales y al que acuden multitud de corredores extranjeros. Para atraer más turismo deportivo (del que se benefician desde agricultores a fruteras pasando por las camareras de los hoteles o peluqueras), ha inaugurado este año la primera pista de tartán de la región, y eso que es la zona que mejores corredores produce de todo el planeta. A ella va aparejada una escuela femenina (en proyecto), donde las alumnas podrán compaginar su carrera deportiva -muchas veces, la vía más rápida de salir de una precaria existencia en la Kenia rural- con unos estudios que les garanticen un futuro cuando sus piernas pierdan velocidad. Una mejor educación para las mujeres es garantía de un futuro mejor, apunta Lornah, fiel al dicho: “Educar a un hombre es educar a un individuo; educar a una mujer es educar a una familia”.

Si bien la escolarización de las mujeres ya está muy extendida y aceptada, no siempre fue así. Los roces familiares derivados de este debate los vivió de primera mano el misionero irlandés Colm O'Connell, quien arribó a Iten como profesor a mediados de los setenta, fue orientando su vocación hacia el atletismo y ahora es considerado el padrino del deporte en la zona. A su llegada, ni muchas chicas corrían, ni tantas iban al colegio, ni los padres de éstas le veían demasiada utilidad a aquello del atletismo, practicado por ellas como actividad escolar. Así, concluida la escuela, empezaban el matrimonio, los hijos, y la cocina, y se acababa aquello de correr. “A los padres les llevó un tiempo aceptar que sus hijas podían convertirse en atletas de éxito y que podían ganar dinero con eso. Y, en un determinado momento, se dieron cuenta de sus hijas podían ganar más dinero corriendo del que podía procurarles la dote”.

Florence Kiplagat, en la peluquería de su amiga Nancy, una de las mujeres beneficiadas de rebote por el atletismo

El siguiente obstáculo a superar eran los maridos. Muchos tropezaron, como los ex de Agnes o Florence. Otros, sin embargo, aceptaron bajar un peldaño en la empinada escalera de la tradición, y vieron la ventaja de asumir un papel teóricamente secundario, apoyando a sus mujeres, quienes no solo iban ganando capacidad financiera, sino también autoestima y confianza en sí mismas. El éxito de Mary Keitany es también gracias a la colaboración de su marido.

No obstante, el panorama de Iten, un polo de desarrollo en la Kenia rural, tiene aún bastante que envidiar al que se vive en la otra fábrica de corredores del planeta, Etiopía, donde la situación de partida en igualdad de sexo era mejor, en cierto modo debido al régimen comunista de Mengistu. Aunque éste regaló purgas masivas y demás barrabasadas, utilizó todas las fuerzas productivas al servicio del Estado. Y esto, claro, incluía a las mujeres. La actividad deportiva también se benefició: de tradición centralista, Etiopía llevó en los setenta a los atletas que destacaban desde sus poblados a la capital, Addis Abeba, para que vivieran y entrenaran allí. Alojados en residencias, recibían un salario mínimo que les permitía dedicarse en exclusiva a la práctica deportiva. Lejos de sus familias y en un ambiente urbano, los corredores recibían en menor medida las presiones tradicionalistas propias de sus pueblos natales y estaban más expuestos a los nuevos impulsos de modernidad que llegaban a la gran urbe. La maternidad, por ejemplo, se pospondría.

Entre las pioneras etíopes está Derartu Tulu, oro en 10.000 metros en Barcelona '92, el primero para una mujer africana negra en unos Juegos Olímpicos. Con el dinero logrado con sus piernas, ahora construye un edificio que será centro comercial y hotel. En la obra trabajan varias parejas de mujeres cargando grava, en una típica escena etíope. Derartu se detiene a charlar con ellas y después se dirige a su despacho (de lo poco concluido de la construcción), para lo que tiene que sortear un laberinto de andamios de madera. “En mi época, había mucha influencia de la tradición y no estaba bien visto correr casi desnuda. Era casi un tabú”, rememora.



Si Lornah es inspiración para muchas mujeres de Iten, Derartu constituye un modelo para las etíopes. No solo las atletas lo creen: Haile Gebreselassie, quizá la cara más reconocible del fondo mundial, ahora empresario de éxito y aspirante a la presidencia del país africano, admira a Derartu por destapar el huracán femenino que vendría después en muchos más planos que el deportivo. Él mismo alberga pocas dudas respecto a la mayor eficiencia de las mujeres. “De las 1.200 personas que empleo, el 55 por ciento son mujeres. Estén en la posición que estén, ¡siempre son competentes!

Los beneficios del atletismo se palpan en el hogar de Aberu Kebede, campeona de las maratones de Rotterdam (2010), Berlín (2012) y Tokio (2013), y una de las atletas supervisadas por Gabriele Nicola en Etiopía. A golpe de zancada, Aberu se ha construido una gran casa que podría definirse como el paraíso del kitsch. Es más lujosa que las de las atletas kenianas de su nivel. ¿Dónde está el truco?

Al ser Addis mucho más caro que Iten, al tener que desplazarse más para entrenar (en Iten se puede entrenar desde la puerta de casa), al haber menos atletas en Etiopía que en Kenia, las etíopes supieron aumentar su valor de mercado y negociar más jugosos contratos con los patrocinadores. “
Las mujeres etíopes son mejores en la búsqueda del límite de sus fuerzas. No sé si porque vienen de una mayor pobreza o es una historia cultural”, indica Gabriele. “Entonces, se recuperan antes y pueden competir más veces al año”. Esto se traduce en mayores ingresos.

Poco más modesta que la de Aberu es la casa de la tímida Feyse Tadese, ganadora de las maratones de Seúl y Shanghai en 2012 y París en 2013. Su aún novio, Bekele Adu, es también corredor, pero no tiene reparos en admitir que, de la pareja, Feyse es la atleta más capacitada de los dos. Es por eso que ha abandonado sus ambiciones para ayudarla a seguir creciendo profesionalmente “Después de entrenar, no suelo hacer nada -afirma Feyse-. Él prepara el desayuno y cocina para mí. Me lava la ropa y me ayuda en los entrenamientos. Siempre que le necesito, está ahí”.

Parecen una pareja tan modélica que es imposible no bromear con quién amamantará a los hijos. Bekele se toca el pecho y se declara incapaz. Y ambos rompen a reír.




* Una versión más reducida de este reportaje fue publicada el pasado 30 de marzo en el dominical Más Periódico de El Periódico de Catalunya. Todas las fotografías son obra de Takeshi Kuno.

** En estos momentos, el cámara Rubén San Bruno (que es un pooofesional como la copa de un pino, y si no me creen, échenle un vistazo a su web) y un humilde servidor de ustedes trabajamos en un documental sobre este mismo asunto que verá la luz a lo largo de este año. Permanezcan atentos a sus pantallas...

*** La animación es obra del estudio alemán House of Creatures. Este reportaje ha sido posible gracias a la financiación de unas fantásticas becas del Centro de Periodismo Europeo.

4 comentarios:

Kipchirchir dijo...

Muy bonito el corto que explica muy bien lo que actualmente está ocurriendo en una sociedad tan machista como la keniata. Enhorabuena

Laura dijo...

Precioso e interesantísimo! Qué alegría leerte de nuevo y con este temazo. Gracias! Muchas ganas de ver ese documental.....

Kennedy dijo...

Estoy totalmente en desacuerdo con una gran parte de la información presentada en este artículo, una de las razones es que se realizan unas generalizaciones sobre el país, véase “En un país de fuerte tradición machista como Kenia” te lo puedo apostar que el machismo ERA, pero ya no ES una característica de la cultura de muchas comunidades en Kenia, Es totalmente incorrecto presentarlo de manera general como aparece en el artículo. Soy estudioso Keniano, No conozco ninguno de mis amigos, parientes, compañeros, vecinos que sea machista. De la entrada del presente artículo, se ve claramente que el trabajo no está suficientemente investigado. Desafortunadamente, solo pocos kenianos pueden leerlo porque está escrito en español. Tengo la intención de compartir este artículo con los medios de comunicación en Kenia para continuar este debate. Se me hace injusto torcer la verdad sólo porque algún periodista quiere hacer su trabajo atractivo. De experiencia, muchos periodistas, llegan a Kenia, se quedan en Nairobi la (Capital) o solo visitan un pueblo (en este caso Iten) luego quieren hacer este tipo de generalizaciones. Hay mucha gente civilizada que se puede imaginar, les invito a que hagan una investigación más profunda para pintar la imagen y el respeto que merecen la gente de este país.

Javier Triana dijo...

Gracias, Kipchirchir y Laura.
Hola, Kennedy. Si no me equivoco, hasta nos conocemos, ¿no te acuerdas de mí?. Estoy de acuerdo en que Kenia va mejorando en aspectos como la igualdad, pero aún queda mucho (MUCHO) por hacer. La tradición en Kenia es machista, al igual que lo es en mucho países europeos. Y eso se va modificando poco a poco. En Nairobi en particular, es de los sitios en que mejor está la situación. Pero yo no he estado solo allí. O solo allí y en Iten. He vivido y viajado por todo el país durante más de tres años, y no digo las cosas por "hacer el trabajo más atractivo". ¿Qué clase de periodista sería entonces? Las digo con conocimiento de causa. Las digo en base a lo que he visto, lo que he hablado con locales y foráneos, lo que he experimentado y lo que he leído. Te recomendaría que no fueras tan aventurado en tus acusaciones.
¡Saludos!