En Tacloban, los buenos días se dan en un código morse de martillazos. Apenas se levanta el sol en la ciudad más devastada por el tifón Haiyán, los vecinos se afanan en reconstruir muros y tejados. Hoy se cumple medio año desde que la mayor tormenta de la historia (alrededor de 6.300 muertos, cerca de 3.000 de ellos en esta ciudad) dibujara un paisaje post-apocalíptico: barcos en tierra, coches en azoteas, cuerpos por doquier y palmeras arrancadas de cuajo.
Pero lo que el viento no se llevó (ni
tampoco el agua) es la resistencia de un pueblo tan acostumbrado a
las catástrofes naturales como a las que les brindan sus propios
gobernantes. De las montañas de escombros de entonces quedan solo
montoncitos aislados, y por las calles, ya totalmente despejadas,
transcurre un abundante tráfico. “Se han resignado y lo han
aceptado enseguida”, comenta Jesús Baena, responsable de Agua
y Saneamiento de la ONG Acción Contra el Hambre en Tacloban. “La
gente se ha involucrado mucho en las obras de mejora”.
De hecho, el sector de la construcción
está en evidente auge. Y aunque, según Baena, el mercado todavía
no tiene la capacidad normal de abastecimiento, los materiales de
obra no escasean: la ONU estima que el tifón tumbó 30 millones de
árboles. El serrucho es el nuevo medio de vida de muchos a quienes
Haiyán voló el instrumental y se han tenido que renovar. Así, se
puede encontrar a una costurera sin máquina de coser, a un herrero
sin fragua o a un taxista sin vehículo que ahora se dedican, por
ejemplo, a lavar ropa o al pequeño comercio.
La mendicidad es infrecuente. No hay
malnutrición. No hay hambruna. Pero hacen falta muchos techos. Miles
de personas están levantando sus casas en las mismas zonas de las
que el tifón las barrió, porque no tienen adonde ir, al menos, de
momento. Las cifras de Naciones Unidas indican que hasta medio millón
de personas sigue habitando en áreas en las que el riesgo de una
futura catástrofe natural es muy alto. “No
les puedo poner a vivir en la calle”,
justifica el alcalde de Tacloban, Alfred Romualdez. “Todavía
no tenemos sus casas listas. Planeamos reubicar a entre 65.000 y
75.000 personas en una zona segura”,
asegura.
“Se
decretó una prohibición para construir a menos de 40 metros de la
orilla -continúa
Romualdez-, pero
eso mandaba el mensaje erróneo a la gente de que si levantaban su
casa a 45 metros, era un lugar seguro. Ahora, hemos decidido que
tiene que estar al menos 5 metros sobre el nivel del mar para ser
considerado habitable”.
Fuera de esa denominación queda ya el barangay (distrito) 68 de Tacloban. Edificado de forma ilegal a orillas del océano, el Haiyán le aparcó cinco gigantescos cargueros en tierra que se llevaron por delante varias de las precarias viviendas. La representante electa del barrio, Charito Bactol, celebra la futura reubicación de los vecinos, prevista a lo largo de los próximos doce meses. Mediante un programa de hipotecas comunitarias, cada familia recibirá una parcela de 40 metros cuadrados en una zona segura que tendrán que pagar en cuotas de unos 10 euros al mes durante 25 años. “¡Al fin vamos a dejar de ser moradores ilegales!”, sonríe Bactol.
Lejos de allí, la familia Peñaranda
habita en dos barracones temporales en el improvisado barrio de
Motocross, también a la espera de una vivienda definitiva. Del muro
de tablerillo de sus casas cuelgan varias botellas de plástico
cortadas por la mitad en las que cultivan verduras. Decoran y les
suponen un extra alimenticio. Este desplazamiento forzoso les
revienta el presupuesto familiar: antes acudían al trabajo y a la
escuela a pie, mientras que ahora, alejados de sus obligaciones
cotidianas, tienen que invertir 100 pesos filipinos al día en
transporte. Para recortar gastos, el padre de la familia, Rey, ha
decidido unificar el ahorro y sus sesiones de entrenamiento como
maratoniano aficionado. “Por las tardes, vuelvo a casa
corriendo. Una hora. Y así ahorro 20 pesos [0,3 euros] cada
día”.
El eslogan I love Tacloban está
por todas partes. La ciudad se rehace rápido y con buena cara, como
en la versión local del videoclip de Happy (la canción
omnipresente de Pharrell Williams) que el Programa de Desarrollo de
la ONU se encargó de elaborar hace unas semanas. Aunque
apesadumbrado, el alcalde Romualdez es el perfecto ejemplo del
optimista taclobeño: “El tifón nos ha abierto los ojos. En dos
o tres años, estaremos mejor que antes del Haiyán”.
* Este texto fue publicado en versión más reducida en El Periódico de Catalunya el pasado 8 de mayo, cuando se cumplieron seis meses desde el paso del tifón Haiyán por Filipinas. Sirva para comunicar mi mudanza al sudeste asiático, desde donde trataré de seguir actualizando el blog con la frecuencia que el trabajo me permita (que ya se ve que no es mucha...)
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