sábado, 14 de diciembre de 2013

Los héroes olvidados de la independencia de Kenia






Apoyada en uno de los muros de barro de su vivienda, Jane Muthoni Mara se afana en separar los granos de maíz buenos de los podridos. Es un movimiento mecánico. Toma unos cuantos de una bandeja de rafia trenzada, los escruta, y los lanza a un montón sobre una tela de saco, si es que son aptos. Cuando llegan los visitantes, se aparta de su actividad y saca unas sillas, dispuesta a contar su historia. No toda. “Esto no os lo va a decir ella porque no tiene confianza, pero le insertaron botellas de agua hirviendo en sus partes privadas”, dice el traductor, en medio del glosario de torturas que Jane rescata de su memoria.


Habla con un hilo de voz en el idioma de su tribu, kikuyu, la que más padeció la colonización británica, dado que sus tierras históricas de ocupación eran las más fértiles de las aledañas a Nairobi. Los británicos las tomaron y emplearon a sus habitantes en estas plantaciones en duras condiciones de trabajo, con un sistema que prácticamente les hacía esclavos en su propia tierra. Los agravios aumentaron al concluir la Segunda Guerra Mundial, cuando los soldados británicos obtuvieron terrenos en Kenia como recompensa a sus servicios durante la contienda, mientras que los kenianos reclutados llegaron a casa para hallar una situación peor que antes de partir al frente. Cuando trataron de mejorarla de manera dialogada, a través de la agrupación civil Unión Africana de Kenia (KAU), la callada colonial fue la respuesta. Fue entonces cuando, en el seno de la KAU, surgió el movimiento Mau Mau, que reclamaba tierra y libertad. Al principio,  como en el caso de Mandela en Sudáfrica, se limitó a una campaña de desobediencia a las absurdas normas del sistema. “Si no llamabas 'bwana' (“señor”, en suajili) a un colono, te podía dar una bofetada, o llamar a la policía para que te arrestara. Y podían encarcelar tres meses por eso”, rememora el secretario general de la Asociación de Veteranos de Guerra Mau Mau, Gitu wa Kahengeri.

El recurso a las armas llegó poco después. Los bandos difieren en quién comenzó las hostilidades pero, en 1952, Gran Bretaña declaró el Estado de Emergencia para terminar con la llamada rebelión Mau Mau, una tarea que esperaban les llevara unos pocos meses. Comenzaron entonces redadas de detenciones masivas que alcanzaron a la práctica totalidad de los kikuyu. Hasta un millón y medio, según los cálculos de la investigadora Caroline Elkins, autora del libro Britain's Gulag. Pocos años después de derrotar al nazismo, Londres estaba construyendo sus propios campos de concentración.

En estos centros de detención, las torturas eran la rutina. “Te pegaban por las mañanas”, cuenta Kahengeri, como si del programa de un macabro campamento de verano se tratase. Las torturas variaban desde los latigazos, a palos, culatazos, patadas, electrocuciones, atropellos... “Nos dieron una paliza brutal a mí y a otros once compañeros. Yo fui el único superviviente”, relata Wambugu wa Nyingi en su casa en el centro de Kenia. La administración colonial ocultó esas muertes alegando que los fallecidos habían bebido agua en mal estado, y la indignación por la farsa alcanzó incluso a los propios colonos. Estos malos tratos se aplicaban, supuestamente, para que el detenido confesara sus actos y pudiera así empezar una rehabilitación.


"En Mwea nos topamos con guardas muy crueles. Muy crueles. Fue lo más duro que me encontré en mi tiempo en campos de detención. Tenían todas las armas y les habían ordenado hacer lo que fuera para extraer tu confesión. Y lo único que hacían era golpearte. Me pegaron hasta la noche. Antes de dormir, le pedí a Dios que se llevara mi vida, para no volver a la mesa de interrogatorios al día siguiente. “Oh, creador, ¿puedes quitarme la vida para no volver a ver lo que vi hoy?” Pero no me mató. Me desperté por la mañana. Pero me salvó, porque no volví [a la sala de interrogatorio]. Me subieron a un Land Rover y me llevaron a Gatundu Hitu Camp, el último antes de ser liberado", explica Kahengeri.

Si se pregunta a los Mau Mau por la violencia contra los colonos británicos, todos parecen refugiarse en la máxima mandeliana de que la naturaleza de una lucha la define el opresor y no el oprimido y que, “llegados a un cierto punto, uno solo puede combatir el fuego con fuego”. Kahengeri lo enuncia así: “Cuando se intenta la paz y no tiene éxito, entonces la guerra llega”. Pero aunque el territorio fuera entonces británico, el enfrentamiento fue casi puramente entre africanos: leales a Reino Unido y Mau Mau. De las decenas de miles de muertos del conflicto, solo una treintena eran europeos.

Aunque la independencia la lograron los Mau Mau, los beneficios los gozaron los siervos de la corona británica. El que más, el primer presidente del país, nacido Kamau wa Ngengi y autobautizado después Jomo Kenyatta, quien jugó a ser el representante de la KAU en Londres mientras se casó por conveniencia con una inglesa para caer simpático en el Imperio. Volvió a Kenia a mediados de los años cuarenta en su versión icono de la lucha independentista, fue detenido, juzgado y sentenciado a cárcel por ello, y logró así la medalla de mártir que le faltaba ante a su pueblo. A su salida de prisión, se erigió en líder negociador. Y terminó, poco antes de acceder al poder, calificando a sus antiguos camaradas de terroristas, en consonancia con la versión de los colonos. Cuando, el 12 de diciembre de 1963, la bandera de la KAU se convirtió en la de Kenia y Kenyatta tomó oficialmente las riendas del nuevo país, no derogó la ley que proscribía a los Mau Mau. Kahengeri no quiere hablar de traición, y disculpa al llamado padre de la patria keniana diciendo que “se olvidó” de revocar la norma. Para cualquier keniano leído, como el activista Boniface Mwangi, aquello fue juego sucio de manual.


Los Mau Mau salieron de prisión solo para descubrir que sus tierras estaban ya repartidas y los trabajos de la nueva administración, adjudicados entre la camarilla de Kenyatta y demás fieles a Londres. Sus aspiraciones eran tan modestas como las de Jane, quien antes de morir querría tener un par de acres a su nombre en los que cultivar, incluso a sus casi 75 años.

Hubieron de esperar hasta 2003, bajo la presidencia de Mwai Kibaki, para que la controvertida ley fuera declarada nula. Tres años después, se erigía en el centro de Nairobi una estatua a Dedan Kimathi, líder de los Mau Mau. Y, en 2010, la nueva Constitución cambiaba el Día de Kenyatta -el 20 de octubre- por el Día de los Héroes. Pero los símbolos no dan de comer, y miles exguerrilleros siguen sobreviviendo casi al día, ahora ya ancianos.



Por eso, la compensación anunciada recientemente por Londres a más de cinco mil Mau Mau torturados ha supuesto una victoria, aunque pírrica. Si bien los 3.000 euros por persona por haber sido apaleados -y hasta castrados- “está lejos de ser suficiente”, según Gitu wa Kahengeri, “más vale pájaro en mano que ciento volando”. El proceso judicial que comenzaron Wambugu y Jane en 2009 junto a otros dos compañeros prosperó, a pesar de que el Reino Unido se empeñó, ya desde los años previos a la independencia, en destruir cualquier tipo de documento incriminatorio para la metrópoli. Wambugu consiguió más de lo esperado: Yo sólo quería hacer a los británicos una pregunta: ¿Por qué me detuvieron, y se quedaron con mi tierra y mi ganado?

Nos tendrían que compensar con millones de chelines (decenas de miles de euros)”, apunta Kahengeri. El precio de la tierra anhelada por los Mau Mau no es precisamente barato. “Un terreno de un acre en esta zona cuesta (el equivalente en moneda local a) diez mil euros”. La frustración por la falta de reconocimiento y oportunidades se intuye en la tarjeta de visita del secretario general de la asociación de veteranos Mau Mau, en la que, en mayúsculas, en rojo y arriba del todo, reza “shujaa”: héroe. Y a renglón seguido, “Honorable Doctor”. A juzgar por el relato, el título no le queda grande, a diferencia de la chaqueta que viste.

Así que si viajan a Kenia, cuando aterricen en el Aeropuerto Internacional Jomo Kenyatta de Nairobi, no olviden que la pista en la que su avión tocó tierra fue construida por miles de Mau Mau detenidos a los que hoy nadie recuerda. Algunos incluso murieron durante los trabajos forzosos. En el gobierno, por contra, vuelve a estar la familia Kenyatta, que celebra sin escatimar gastos el cincuentenario de su acceso al poder.

1 comentario:

Ander dijo...

Me ha gustado mucho, Javi, buen curro. No conocía la historia de la jugarreta de Kenyatta. Será un buen capítulo para cuando escribas la guía de Kenia, ejem.