jueves, 4 de septiembre de 2014

Filipinas, país de canastas

Un filipino penetra a canasta de manera acrobática en la cancha del Cementerio Sur de Manila. Falló el tiro

Imagine un país en el que todos y cada uno de sus habitantes veneraran a Michael Jordan como si fuera el último profeta. Imagine que en ese país hubiera improvisadas canchas de baloncesto a la vuelta de cada esquina. Imagine que la estatura media de los moradores de ese paraíso baloncestístico fuera uno sesenta, y que la forma más extendida de practicar el divino deporte fuera bien en chanclas, bien descalzos. Imagine que hubiera niños llamados Kobe Bryant del Campo. ¿Ficción? ¡Bienvenido a Filipinas!


Uno de los participantes más exóticos del Mundial de baloncesto, Filipinas -que casi tumbó a Croacia en su estreno, el 30 de agosto, y a Argentina dos días después- cuenta con casi tanta tradición en el arte del tiro libre como su antigua metrópoli, Estados Unidos, de la que heredó la pasión por los aros. En el archipiélago asiático, no obstante, el baloncesto forma parte de la vida cotidiana y del alma del país.

Canastas artesanales decoran el paisaje filipino y, en zonas remotas, una pista es a menudo lo único asfaltado, más que probable obra interesada del político de turno. Porque en esa suerte de plaza del pueblo no solo se juega a ver quién encesta más. La cancha hace muchas veces de mercado, de centro para las reuniones vecinales, de sede para concursos de belleza. Junto a ella para el autobús de línea. En ella se deja secar el grano recolectado por los campesinos locales. O, como en Sanmiguelay -una pedanía en la zona más afectada por el tifón Haiyán, que el pasado noviembre se cobró más de 6.000 vidas-, se distribuye la ayuda humanitaria.

Un chaval separa grano de paja secado al sol en la pista de baloncesto de Sanmiguelay, en la isla de Leyte

Aunque su presencia internacional sea ahora casi inexistente, Filipinas fue uno de los primeros países en abrazar este deporte, extenderlo entre su población y perfeccionar su técnica. Con excepciones, claro: sustituyendo los espectaculares mates de otros países más dotados físicamente para el baloncesto por entradas a canasta imposibles o tiros de malabarista.

Durante los primeros años, a décadas de distancia de la profesionalización del deporte de los setenta y ochenta, Filipinas machacaba a sus vecinos asiáticos, con dos campeonatos continentales en sus vitrinas (en 1951 y 1954). Fue en 1954 cuando se logró la máxima hazaña hasta la fecha, con un bronce en el Mundial que esa ocasión se disputó en Brasil.

En los '70, durante los peores años de la dictadura de Ferdinand Marcos y su interminable período de Ley Marcial, el baloncesto fue impulsado como el reducto donde desfogar frustraciones provocadas por la situación política del país. El propio dictador engrasaba el sistema de pan y circo para mantener distraído al populacho. Fue en esos años cuando se formó la liga profesional de la Asociación Filipina de Baloncesto (PBA), la primera de Asia y la segunda del más antigua del mundo que continúa activa, tras su hermana mayor, la estadounidense NBA. La ACB, por ejemplo, empezaría ocho años después.

Niños jugando a baloncesto en canastas improvisadas en un callejón del barrio Olympia, en Makati

Desde el régimen de Marcos, el estadio que alberga la mayoría de los partidos es el Coliseo Araneta, en Metro Manila, un mastodóntico recinto con capacidad para 22.000 almas que se llena casi en cada encuentro, como en los que enfrentan a equipos con nombres surrealistas como los “Cerveceros de San Miguel” o los “Tropa Mensajera”, patrocinados por una compañía local de telefonía. Pero también se pueden ver latas de la cerveza local San Miguel y una tropa de chavales mandando mensajitos con sus móviles en la cancha que tienen montada en pleno Cementerio Sur de Manila. Porque el baloncesto en Filipinas no conoce límites: la atracción estrella en las fiestas de algunos pueblos filipinos es un partido bochornoso entre un equipo de enanos y otro de travestis.

Dada la fiebre baloncestística imperante, no es de extrañar que Manila tenga el único “NBA Café” fuera de los Estados Unidos (está previsto que el segundo se abra en breve en España). Se trata de un recinto en la mejor zona de un exclusivo centro comercial, con capacidad para 150 personas y una pantalla gigante en la que se emiten los partidos del Mundial. Fotos de los hermanos Gasol y de Serge Ibaka, entre otros muchos, decoran el local, en el que se venden hamburguesas, pizzas y hasta balones firmados por estrellas de la NBA por el equivalente a varios centenares de euros.

Algunos de estos ídolos estadounidenses aparecen por Manila durante sus vacaciones, en espectáculos deportivos para los que las entradas apenas duran unas horas a la venta. Otros incluso han jugado en la PBA al final de sus carreras, como el campeón del concurso de mates de 1992, Cedric Ceballos. La liga filipina, no obstante, blinda a sus jugadores contra intrusión extranjera con un sistema que limita tanto la llegada de foráneos como su estatura. Esos jugadores suelen ser, por mucho, los mejor pagados.

Alejado de esos lujos, en la playa filipina de Corong-Corong, cuelga precariamente de un cocotero un tablero de madera con un aro de forja. Bajo éste, unos chavales juegan descalzos un dos contra dos. Varios niños les observan a su alrededor, mientras se afanan en cruzarse entre las piernas un balón desgastado. Un balón que casi les supera en tamaño.




* Este texto fue publicado el pasado 3 de septiembre en El Periódico de Catalunya.
** Cualquier aficionado al baloncesto encuentra en Filipinas un paraíso. El periodista y enfermo del basket Rafe Bartholomew pidió una beca Fulbright para investigar la pasión filipina por este deporte y terminó escribiendo un libro desternillante, Pacific Rims.

2 comentarios:

Nacho extrem dijo...

Articulazo, sí señor!

Se pueden pillar entradas para el partido de enanos y travelos? XD

Javier Triana dijo...

¡Gracias, Nachete! Me temo que tendrás que venir por aquí a buscarlas... ;)