Un filipino penetra a canasta de manera acrobática en la cancha del Cementerio Sur de Manila. Falló el tiro |
Imagine un país en el que todos y cada uno de sus habitantes veneraran a Michael Jordan como si fuera el último profeta. Imagine que en ese país hubiera improvisadas canchas de baloncesto a la vuelta de cada esquina. Imagine que la estatura media de los moradores de ese paraíso baloncestístico fuera uno sesenta, y que la forma más extendida de practicar el divino deporte fuera bien en chanclas, bien descalzos. Imagine que hubiera niños llamados Kobe Bryant del Campo. ¿Ficción? ¡Bienvenido a Filipinas!
Uno de los participantes más exóticos
del Mundial de baloncesto, Filipinas -que casi tumbó a Croacia en su
estreno, el 30 de agosto, y a Argentina dos días después- cuenta
con casi tanta tradición en el arte del tiro libre como su antigua
metrópoli, Estados Unidos, de la que heredó la pasión por los
aros. En el archipiélago asiático, no obstante, el baloncesto forma
parte de la vida cotidiana y del alma del país.
Canastas artesanales decoran el paisaje
filipino y, en zonas remotas, una pista es a menudo lo único
asfaltado, más que probable obra interesada del político de turno.
Porque en esa suerte de plaza del pueblo no solo se juega a ver quién
encesta más. La cancha hace muchas veces de mercado, de centro para
las reuniones vecinales, de sede para concursos de belleza. Junto a
ella para el autobús de línea. En ella se deja secar el grano
recolectado por los campesinos locales. O, como en Sanmiguelay -una
pedanía en la zona más afectada por el tifón Haiyán, que el
pasado noviembre se cobró más de 6.000 vidas-, se distribuye la
ayuda humanitaria.
Un chaval separa grano de paja secado al sol en la pista de baloncesto de Sanmiguelay, en la isla de Leyte |
Aunque su presencia internacional sea ahora casi inexistente, Filipinas fue uno de los primeros países en abrazar este deporte, extenderlo entre su población y perfeccionar su técnica. Con excepciones, claro: sustituyendo los espectaculares mates de otros países más dotados físicamente para el baloncesto por entradas a canasta imposibles o tiros de malabarista.
Durante los primeros años, a décadas
de distancia de la profesionalización del deporte de los setenta y
ochenta, Filipinas machacaba a sus vecinos asiáticos, con dos
campeonatos continentales en sus vitrinas (en 1951 y 1954). Fue en
1954 cuando se logró la máxima hazaña hasta la fecha, con un
bronce en el Mundial que esa ocasión se disputó en Brasil.
En los '70, durante los peores años de
la dictadura de Ferdinand Marcos y su interminable período de Ley
Marcial, el baloncesto fue impulsado como el reducto donde desfogar
frustraciones provocadas por la situación política del país. El
propio dictador engrasaba el sistema de pan y circo para mantener
distraído al populacho. Fue en esos años cuando se formó la liga
profesional de la Asociación Filipina de Baloncesto (PBA), la
primera de Asia y la segunda del más antigua del mundo que continúa
activa, tras su hermana mayor, la estadounidense NBA. La ACB, por
ejemplo, empezaría ocho años después.
Niños jugando a baloncesto en canastas improvisadas en un callejón del barrio Olympia, en Makati |
Desde el régimen de Marcos, el estadio
que alberga la mayoría de los partidos es el Coliseo Araneta, en
Metro Manila, un mastodóntico recinto con capacidad para 22.000
almas que se llena casi en cada encuentro, como en los que enfrentan
a equipos con nombres surrealistas como los “Cerveceros de San
Miguel” o los “Tropa Mensajera”, patrocinados por una compañía
local de telefonía. Pero también se pueden ver latas de la cerveza
local San Miguel y una tropa de chavales mandando mensajitos con sus
móviles en la cancha que tienen montada en pleno Cementerio Sur de
Manila. Porque el baloncesto en Filipinas no conoce límites: la
atracción estrella en las fiestas de algunos pueblos filipinos es un
partido bochornoso entre un equipo de enanos y otro de travestis.
Dada la fiebre baloncestística
imperante, no es de extrañar que Manila tenga el único “NBA Café”
fuera de los Estados Unidos (está previsto que el segundo se abra en
breve en España). Se trata de un recinto en la mejor zona de un
exclusivo centro comercial, con capacidad para 150 personas y una
pantalla gigante en la que se emiten los partidos del Mundial. Fotos
de los hermanos Gasol y de Serge Ibaka, entre otros muchos, decoran
el local, en el que se venden hamburguesas, pizzas y hasta balones
firmados por estrellas de la NBA por el equivalente a varios
centenares de euros.
Algunos de estos ídolos
estadounidenses aparecen por Manila durante sus vacaciones, en
espectáculos deportivos para los que las entradas apenas duran unas
horas a la venta. Otros incluso han jugado en la PBA al final de sus
carreras, como el campeón del concurso de mates de 1992, Cedric
Ceballos. La liga filipina, no obstante, blinda a sus jugadores
contra intrusión extranjera con un sistema que limita tanto la
llegada de foráneos como su estatura. Esos jugadores suelen ser, por
mucho, los mejor pagados.
Alejado de esos lujos, en la playa
filipina de Corong-Corong, cuelga precariamente de un cocotero un
tablero de madera con un aro de forja. Bajo éste, unos chavales
juegan descalzos un dos contra dos. Varios niños les observan a su
alrededor, mientras se afanan en cruzarse entre las piernas un balón
desgastado. Un balón que casi les supera en tamaño.
* Este texto fue publicado el pasado 3 de septiembre en El Periódico de Catalunya.
** Cualquier aficionado al baloncesto encuentra en Filipinas un paraíso. El periodista y enfermo del basket Rafe Bartholomew pidió una beca Fulbright para investigar la pasión filipina por este deporte y terminó escribiendo un libro desternillante, Pacific Rims.
2 comentarios:
Articulazo, sí señor!
Se pueden pillar entradas para el partido de enanos y travelos? XD
¡Gracias, Nachete! Me temo que tendrás que venir por aquí a buscarlas... ;)
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