Ciber-mírenme a los ojos y díganme si no les gustaría que un tipo así fuera el jefe de Estado de su país. Joko Widodo, Jokowi para los amigos, fue proclamado ganador de las elecciones presidenciales de Indonesia del 9 de julio. Hoy es investido presidente ¿Quién es el señor que ahora se hará cargo de la economía más potente del sudeste asiático? ¿A qué se enfrenta este amante del heavy-metal?
A continuación, un resumen de la situación.
Aunque comparte nombre con el padre de
la patria, Sukarno no ha gozado jamás de los privilegios de aquel.
Es un camionero jubilado de la localidad de Solo, en el centro de la
isla indonesia de Java y, hasta hace unos años, vivía en la
barriada chabolista de Kampung Sewu. Un día, hace unos años, el
alcalde apareció por las calles embarradas de la favela y les dijo a
los residentes que aquello era una asentamiento ilegal, y que había
una zona residencial habilitada a la que podían mudarse. Tardó
varias visitas más en convencer a sus moradores. La oferta era
difícil de rechazar: un trozo de tierra sin coste alguno y ayudas
para construir sus viviendas.
Aquel alcalde era Joko Widodo. Hasta 2005, cuando fue elegido por sufragio directo como primer edil, ejercía de carpintero y exportador de muebles en la ciudad. Entonces, le cedió el negocio a su hermano y decidió entrar en política. “Nos gusta Jokowi [como se le conoce popularmente en Indonesia] porque se preocupa por la gente normal, y negoció con nosotros directamente. No se limitó a mandar a sus subordinados”, asegura Sukarno. Como él, muchos indonesios se identifican con un hombre que no procede de la élite gobernante, ni de la élite militar, ni de la élite económica. Es uno más del pueblo.
Ahora, la intención de Jokowi
es contribuir a mejorar las realidades de sus iguales desde la
Jefatura de Estado. Al fin y al cabo, si Indonesia consigue maximizar
su capital humano, se convertirá en un potente rodillo empujado por
250 millones de personas.
“Unos 28 millones de indonesios
viven por debajo del umbral de la pobreza, y otros 65 son casi-pobres
o susceptibles de caer bajo ese umbral”, señala a El
Confidencial Ndiame Diop, economista jefe del Banco Mundial en
Indonesia. “Reducir el subsidio al combustible permitiría
financiar parte del programa de reformas”, agrega el experto,
en referencia a uno de los puntos más críticos y controvertidos de
la actualidad económica del archipiélago asiático. Según Diop,
este subsidio -que no solo cubre el carburante, sino también la
electricidad- “ha alcanzado un coste cercano a los 40.000
millones de dólares” para una medida que beneficia en mayor
medida a las clases más pudientes del país. Se prevé que el precio
del combustible subvencionado por el Estado aumente en 3.000 rupias
indonesias (equivalente a 19 céntimos de euro) por litro en
noviembre, lo que serviría para tratar de tapar el agujero del
déficit del 3 por ciento del Producto Interior Bruto que arrastra
Indonesia. Asimismo, sectores clave para el crecimiento como son la
educación, la sanidad y las infraestructuras recibirían más
fondos.
El reto sobrepasa la necesidad de
reducir la brecha entre ricos y pobres en la mayor economía del
sudeste asiático: Indonesia debe aminorar también las desigualdades
formativas en todos los niveles. La isla de Java concentra el 65 por
ciento de la población del país, y también las mejores
infraestructuras y centros educativos de un país compuesto por
17.000 islas mal comunicadas. Este hecho provoca enormes conflictos
de migración interestatal.
Uno de los casos más sangrantes de
este flujo migratorio es el de la industria del aceite de palma.
Mientras que vastísimas extensiones de selva de las islas de
Sumatra, Borneo y Papúa se destruyen cada año para hacer sitio a
plantaciones de palma aceitera, los trabajadores cualificados que las
gestionan provienen de Java. Los empleados locales se reparten los
puestos de trabajo precario, al tiempo que se pierde un hábitat del
que viven 20 millones de personas en Indonesia, según cifras del
Centro Internacional de Investigación Forestal (CIFOR).
Las industrias de la palma, la madera y
el papel están llevando a cabo una masacre ambiental que ha colocado
a Indonesia por delante de Brasil en velocidad de deforestación. Una
deforestación que, además, muchas veces se produce por incendio,
hecho que ha servido para aupar al país asiático al tercer puesto
mundial de emisor de gases de efecto invernadero. El denso humo de
estos incendios supone asimismo un enorme riesgo para la salud de sus
habitantes y de los de los países vecinos. Como ingeniero forestal,
Jokowi deberá equilibrar la balanza entre la conservación de uno de
los mayores pulmones del globo y la entrada de empresas extranjeras
de estos sectores, en su mayoría procedentes de Malasia, Singapur y
China.
“A los inversores extranjeros lo
que les vale es la certeza, la previsión y las buenas políticas,
además de incentivos como el potencial o el tamaño del mercado”,
incide Diop. “El potencial de la nueva administración les
anima, y esto es positivo para la economía. Pero, más adelante
-alerta el economista jefe del Banco Mundial en Indonesia-, los
inversores escrutarán políticas específicas de cara a mantener su
confianza”.
Por el momento, la inversión
extranjera directa suma solo un 2 por ciento del PIB indonesio. No
obstante, las previsiones son alentadoras, espoleadas en parte por
una transición modélica en el poder entre la administración
presidida por Susilo Bambang Yodhoyono y el advenedizo Widodo. En un
país de tradición autoritaria, su democracia se elogia ahora como
ejemplo en la región. La determinación con que, además, se está
plantando frente a la amenaza terrorista del Estado Islámico (EI) en
el que es el país con una mayor población musulmana del planeta
contribuye a la causa. La agencia antiterrorista, Densus 88, ha
detenido a decenas de personas en los últimos meses y se ha
incautado de armamento y símbolos yihadistas. Las autoridades
estiman que medio centenar de indonesios se han unido a la lucha del
EI en Irak y Siria, un entrenamiento práctico y sobre el terreno que
podría traer problemas a postre, según el experto en
fundamentalismo islámico Andrie Taufik, del Instituto Internacional
para la Consolidación de la Paz.
Con una economía que avanza con el
freno de mano echado desde 2012 y cuyas previsiones de crecimiento
para este año son las más bajas desde 2009 (5,2 por ciento, según
el Banco Mundial), no sorprendería que el flamante presidente
gastara parte de su capital político de partida en tratar de encarrilar la
situación.
Pero algunos indicios hacen sospechar
que el aura llana de Jokowi se diluirá en la selva de la gran
política. Su tradicional camisa de cuadros blancos, rojos y azules
se convirtió en imagen de marca, y durante la campaña electoral se
vendía en las calles de Yakarta y otros rincones del país. Sus
mítines estaban repletos de gente que las vestía. Pero acercándose
a la cita con las urnas la fue paulatinamente sustituyendo por un
traje a la occidental. Oscuro y con camisa lisa. Como -decían los
analistas políticos entonces- si quisiera dar imagen de seriedad, de
alguien que puede llegar a ser presidente. No de alguien de la calle.
Acostumbrados a la visión del cercano Jokowi en vaqueros y
camisa de leñador, el traje le queda extraño a los ojos de sus
seguidores, quienes esperan que no le suceda lo mismo con el cargo.
El problema de las expectativas radica más en cumplirlas que en crearlas en exceso. Y el menudo Joko Widodo, un tranquilo javanés que hace algo más de 9 años vendía muebles en Solo, tiene una nutrida lista en el debe antes siquiera de ser investido presidente.
* Este texto se publicó el 20 de octubre en El Confidencial bajo el título 'Indonesia, otra potencia emergente que se echa en brazo de un "político del pueblo"'.
** Además, para quien esté interesado, la cobertura electoral indonesia se saldó con estas piecitas publicadas en julio en El Periódico de Catalunya:
Indonesia elige presidente entre dos candidatos antagónicos
Obama, en versión de Yakarta
Presidente del pueblo (breve perfil de Jokowi al conocerse su victoria)
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