sábado, 10 de marzo de 2012

Cuestión de tiempo

Sucede desde hace días: cada vez que vuelvo a casa, el reloj de pared que he comprado está parado. Un día a la seis, otro a las cuatro menos veinte. El segundero está siempre descansando. El arreglo consiste tan sólo en empujar la pila que tiene ubicada en el dorso, pero esta nimia anécdota me ha servido para replantearme la tan manida cuestión del tiempo en África.

El europeo y el africano tienen un sentido del tiempo completamente diferente; lo perciben de maneras dispares y sus actitudes también son distintas.
Los europeos están convencidos de que el tiempo funciona independientemente del hombre, de que su existencia es objetiva, en cierto modo exterior, que se halla fuera de nosotros y que sus parámetros son medibles y lineales. Según Newton, el tiempo es absoluto: «Absoluto, real y matemático, el tiempo transcurre por sí mismo y, gracias a su naturaleza, transcurre uniforme; y no en función de alguna cosa exterior». El europeo se siente como su siervo, depende de él, es su súbdito. Para existir y funcionar, tiene que observar todas sus férreas e inexorables leyes, sus encorsetados principios y reglas. Tiene que respetar plazos, fechas, días y horas. Se mueve dentro de los engranajes del tiempo; no puede existir fuera de ellos. Y ellos le imponen su rigor, sus normas y exigencias. Entre el hombre y el tiempo se produce un conflicto insalvable, conflicto que siempre acaba con la derrota del hombre: el tiempo lo aniquila.
Los hombres del lugar, los africanos, perciben el tiempo de manera bien diferente. Para ellos, el tiempo es una categoría mucho más holgada, abierta, elástica y subjetiva. Es el hombre el que influye sobre la horma del tiempo, sobre su ritmo y su transcurso (por supuesto, sólo aquel que obra con el visto bueno de los antepasados y los dioses). El tiempo, incluso, es algo que el hombre puede crear, pues, por ejemplo, la existencia del tiempo se manifiesta a través de los acontecimientos, y el hecho de que un acontecimiento se produzca o no, no depende sino del hombre. Si dos ejércitos no libran batalla, ésta no habrá tenido lugar (es decir, el tiempo habrá dejado de manifestar su presencia, no habrá existido).
 El tiempo aparece como consecuencia de nuestros actos y desaparece si lo ignoramos o dejamos de importunarlo. Es una materia que bajo nuestra influencia siempre puede resucitar, pero que se sumirá en estado de hibernación, e incluso en la nada, si no le prestamos nuestra energía. El tiempo es una realidad pasiva y, sobre todo, dependiente del hombre.
Todo lo contrario de la manera de pensar europea. Traducido a la práctica, eso significa que si vamos a una aldea donde por la tarde debía celebrarse una reunión y allí no hay nadie, no tiene sentido la pregunta: «¿Cuándo se celebrará la reunión?» La respuesta se conoce de antemano: «Cuando acuda la gente».

Una vez más, recurro a las letras de Ryszard Kapuscinski, en Ébano. Son estos pequeños apuntes, más que las aventuras que relata en ese excelente libro, los que resultan más reveladores. Y -en la opinión que me concede mi limitada experiencia- son acertadísimos.

El otro día, el director ejecutivo del Programa de la ONU para el Medio Ambiente, Achim Steiner, llegó tres cuartos de hora tarde a una rueda de prensa. Su disculpa, no obstante, bien mereció la espera: "Un amigo keniano me dijo una vez que le resultaba cómico que los europeos, los suizos, estuvieran tan orgullosos de sus relojes. Sin embargo -me aseguró- nosotros, en África, tenemos el tiempo".

Quizá en éste, como en otros muchos asuntos, siga siendo un inadaptado. Ha transcurrido ya un año y medio desde que llegué a Nairobi, y no sabría decir si ha pasado en un suspiro o si ha sido un periodo eterno.

¿Me estará hablando mi reloj? ¿Es grave, doctor?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bonita reflexión. Apunto que también influye el estado de ánimo que tengas. Como ves lo del tiempo también es subjetivo.mm.