miércoles, 6 de febrero de 2013

Guía de las bestias de África oriental

Se dice que, excepto por El Padrino, las segundas partes nunca han sido buenas. A mí me vale con que sean dignas. Y A Guide to the Beasts of East Africa es digna secuela de la Guía de los pájaros de África oriental.

A finales del pasado año, me lo devoré como había hecho con el primero. El tono ya no resulta tan novedoso ni original, pero la descripción de ciertos aspectos y acontecimientos de Kenia, desde luego, sigue siendo más que acertada.
 
No sigas leyendo si tienes intención de darle una oportunidad. Pero es que, a partir de aquí, no puedo dejar de destacar algunos párrafos, sobre todo del mundo del safari (traducción libre).



Sobre el decepcionante Lago Magadi, al sur de Nairobi.

La elección del destino para el safari del Asadi Club de este año no había sido fácil. Algunos miembros estaban a favor de bajar a la costa; otros argumentaban que eso no era un safari, sino unas vacaciones en la playa y que el Maasai Mara era el lugar adecuado. Krish Advani dijo que había oído que el Lago Magadi tenía muchos flamencos este año, a lo que Abby Antul replicó que un fin de semana viendo plumeros rosas boca abajo en veinte centímetros de agua que huele a huevos podridos no era su idea de un fin de semana bien invertido.


Sobre -una vez más- el tráfico en Nairobi.

Aunque, en condiciones idóneas, el Mercedes-Benz SL Roadster de Harry Khan puede pasar de cero a cien en el tiempo que se tarda en leer esta frase -y circular a doscientos kilómetros por hora poco después-, eso no es posible en Nairobi. Una combinación de la ausencia total de normas de tráfico y de la frecuente inexistencia de lo que en otras ciudades se conoce como "carreteras" se traduce en que la duración de cualquier desplazamiento en Nairobi sólo les es conocida a los dioses del tráfico. Y que viajes en un Mercedes o en un Morris Minor parece darles igual. En esa tarde de viernes en particular, el retraso lo causaban dos chavales thulu, emprendedores que habían adoptado un socavón de la calle, lo rellenaban con arena, y permanecían alegremente junto a él para pedir a los conductores una ayudita por su espíritu cívico.


Sobre el negocio de los safaris.

Durante el tiempo en el que había hecho safaris, el señor Malik había llegado a la conclusión de que, básicamente, hay dos formas de encontrar animales: vas a ellos, o dejas que ellos vengan a ti.  [...]

Con los años, he descubierto que los operadores de safaris no están, por lo general, a favor de esta práctica. ¿Y quién les puede culpar? No ganas dinero diciéndole a alguien que se siente en una roca y espere. Lo que les dices es que necesitan moverse por la infinita sabana en una furgoneta descapotable, sobrevolarla en una avioneta o contemplarla desde un globo aerostático... y que serán mil ochocientos veinticinco dólares por persona, muchas gracias y buenas tardes.


Sobre cómo los animales perciben a los intrusos humanos en su hábitat.

Es raro, pero cierto, que aunque el más enano de los humanos a pie constituye una señal para que cualquier cebra o león que estén en media milla a la redonda salgan pitando, diez personas en un minibus no parecen levantar ningún tipo de sospecha. Ellos y su gran vehículo son percibidos por la fauna como algún tipo de criatura grandota pero inofensiva.

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