Cada mañana, a primera hora, cientos -quizá miles- de corredores se echan a los caminos de tierra roja de Iten, el pueblo de la décima colina. Allí se mezclan aspirantes, profesionales y estrellas. Este interesante y hermoso rincón del mundo vomita, cada año, campeones a discreción. Es por eso que el deporte ha transformado al propio pueblo, convirtiéndolo en una curiosa isla de desarrollo económico y social en las montañas del oeste de Kenia.
Desde que fui allí por primera vez, en abril del pasado año (entonces escribí Campeones del mundo y El país de los avestruces), he tratado -como infinidad de periodistas- de desentrañar los secretos del éxito de los corredores de la zona. He vuelto en dos ocasiones en el último mes, la primera de ellas con los genios de Álvaro Barrantes y Xavi Aldekoa para grabar un documental. Y en cada visita me he dado más cuenta de lo extraordinario del lugar.
En Pekín, durante los Juegos Olímpicos, descubrí lo accesible y cercano de los atletas, deportistas poco mediáticos en su mayoría. Si a eso se le suma lo a desmano que le queda Kenia a la prensa internacional -no digamos ya su escasa presencia en la agenda mediática-, uno se podrá hacer una idea de lo sencillo que resulta quedar en Iten, un día cualquiera, con la ganadora de tal carrera o el medallista de tal torneo. Y cuando se alinean un poco los astros, la profesión regala momentos estupendos: ir a entrevistar a una importante atleta, que coincida con su cumpleaños, que se junte su familia y se termine por bailar la Macarena antes de la cena.
"¿Qué significa la letra?", nos preguntan. "Nada, pues una tipa que tiene un novio al que engaña con dos amigos suyos. Y el estribillo le dice a Macarena que disfrute de su cuerpo", respondemos. Y todos a darle alegría al cuerpo.
Nos invitan a cenar ugali (una masa de maíz que bien podría servir para juntar ladrillos) y una ensalada de col y zanahoria. La dieta sana, sin apenas grasas, y rica en hidratos de carbono es una -dicen- de las claves del éxito de los corredores de la zona. También se habla de la altitud. El reputado entrenador italiano Renato Canova continúa la lección magistral (iniciada aquí): "Entrenar no es sólo correr. Entrenar es correr, descansar, recuperarse, el ambiente que te rodea... La altitud influye, pero es un uno por ciento. Son una serie de factores juntos".
La dieta, la altitud, la motivación para cambiar sus vidas y salir de la miseria, el ambiente que rodea Iten, donde -cada mañana a las seis- cientos de personas corren a niveles inalcanzables para un europeo, la técnica de carrera, una menor tasa de deshidratación... Todas estas variables -y seguro que me olvido de muchas- ayudan a entender el éxito keniano en el atletismo. Todas ellas recogidas por el periodista Adharanand Finn en Running with the Kenyans (de reciente publicación en castellano).
Como en ese libro leí aquel (yo-creía-que) tópico de que desde pequeños, los kenianos corrían a clase porque les pegaban si llegaban tarde, se me ocurre preguntarlo en la casa de los Kibet, antes de bailar la Macarena.
Hugo van den Broek, corredor holandés pareja de Hilda Kibet y cuñado de Sylvia Kibet, nos cuenta que el colegio de las chicas estaba a cinco kilómetros de empinado camino desde su casa. Corrían allí todos los días un par de veces, porque volvían a casa a comer, aunque la última vuelta del día, por la tarde, la hacían caminando. Es decir, que corrían mínimo 15 kilómetros al día.
Desde que fui allí por primera vez, en abril del pasado año (entonces escribí Campeones del mundo y El país de los avestruces), he tratado -como infinidad de periodistas- de desentrañar los secretos del éxito de los corredores de la zona. He vuelto en dos ocasiones en el último mes, la primera de ellas con los genios de Álvaro Barrantes y Xavi Aldekoa para grabar un documental. Y en cada visita me he dado más cuenta de lo extraordinario del lugar.
En Pekín, durante los Juegos Olímpicos, descubrí lo accesible y cercano de los atletas, deportistas poco mediáticos en su mayoría. Si a eso se le suma lo a desmano que le queda Kenia a la prensa internacional -no digamos ya su escasa presencia en la agenda mediática-, uno se podrá hacer una idea de lo sencillo que resulta quedar en Iten, un día cualquiera, con la ganadora de tal carrera o el medallista de tal torneo. Y cuando se alinean un poco los astros, la profesión regala momentos estupendos: ir a entrevistar a una importante atleta, que coincida con su cumpleaños, que se junte su familia y se termine por bailar la Macarena antes de la cena.
"¿Qué significa la letra?", nos preguntan. "Nada, pues una tipa que tiene un novio al que engaña con dos amigos suyos. Y el estribillo le dice a Macarena que disfrute de su cuerpo", respondemos. Y todos a darle alegría al cuerpo.
Nos invitan a cenar ugali (una masa de maíz que bien podría servir para juntar ladrillos) y una ensalada de col y zanahoria. La dieta sana, sin apenas grasas, y rica en hidratos de carbono es una -dicen- de las claves del éxito de los corredores de la zona. También se habla de la altitud. El reputado entrenador italiano Renato Canova continúa la lección magistral (iniciada aquí): "Entrenar no es sólo correr. Entrenar es correr, descansar, recuperarse, el ambiente que te rodea... La altitud influye, pero es un uno por ciento. Son una serie de factores juntos".
La dieta, la altitud, la motivación para cambiar sus vidas y salir de la miseria, el ambiente que rodea Iten, donde -cada mañana a las seis- cientos de personas corren a niveles inalcanzables para un europeo, la técnica de carrera, una menor tasa de deshidratación... Todas estas variables -y seguro que me olvido de muchas- ayudan a entender el éxito keniano en el atletismo. Todas ellas recogidas por el periodista Adharanand Finn en Running with the Kenyans (de reciente publicación en castellano).
Como en ese libro leí aquel (yo-creía-que) tópico de que desde pequeños, los kenianos corrían a clase porque les pegaban si llegaban tarde, se me ocurre preguntarlo en la casa de los Kibet, antes de bailar la Macarena.
Hugo van den Broek, corredor holandés pareja de Hilda Kibet y cuñado de Sylvia Kibet, nos cuenta que el colegio de las chicas estaba a cinco kilómetros de empinado camino desde su casa. Corrían allí todos los días un par de veces, porque volvían a casa a comer, aunque la última vuelta del día, por la tarde, la hacían caminando. Es decir, que corrían mínimo 15 kilómetros al día.
"Van corriendo al colegio porque si llegan
tarde a clase, les pegan", afirma Hugo. Collins Kibet, uno de los benjamines de la familia, está presente en la conversación. Hugo se gira hacia él y le pregunta: "¿Qué les hacen a los niños si no son puntuales?" Collins gesticula imitando a un maestro azotando a un crío con una vara. Y nos confirma la leyenda. ¿Es esto otro uno por ciento del prodigio del atletismo keniano?
Hugo continúa: "Una prueba del profesor de educación
física puede ser llevarse a los alumnos a 20 kilómetros de la
escuela y decirles que vuelvan corriendo. Si hacen eso en Europa..." Nos sale una carcajada.
Pero me interesa sobre todo el factor psicológico: ¿En qué se piensa durante dos horas de carrera?
He encontrado a pocos atletas que sepan dar una respuesta que me resulte satisfactoria a esa duda. Tras un entrenamiento matutino por las bellas colinas Nandi, se lo preguntamos al bicampeón mundial de maratón Abel Kirui, que se quedó con todo el desparpajo keniano cuando lo fueron a repartir entre la población. En ese momento, está sonando en su casa el tema Young Man, una pegadiza canción en swahili, inglés y kalenjin que se hizo famosa antes de las pasadas elecciones del 4 de marzo y que les pide a los jóvenes que no se dejen engañar por sus políticos. La que sigue:
En el momento de la entrevista, a mediados de marzo, Abel se estaba preparando para el Maratón de Londres del proximo día 21 [se ha lesionado y se perderá esa carrera y, muy probablemente, los mundiales]. Nos dice en broma que si le viniera esa canción
a la cabeza en el kilómetro 35 (en el que los maratonianos ya ven sus
posibilidades reales de tiempo y victoria) esprintaría hasta la meta y
batiría el récord del mundo.
Una respuesta muy distinta da Florence Kiplagat, quien está ya en Londres y se postula como una de las favoritas para hacerse con la prueba.
Una respuesta muy distinta da Florence Kiplagat, quien está ya en Londres y se postula como una de las favoritas para hacerse con la prueba.
"Pienso en mis
hijas. En toda la gente que te está mirando. Y te imaginas que todos
los ojos del mundo puestos en ti, y piensas que tienes que hacer
algo. Pienso todo el tiempo que tengo ganar. Porque he estado
entrenando durante dos o tres meses.
Sé que mis hijas me están viendo. Recuerdo el año pasado, que quedé cuarta [en Londres] y se
pusieron a llorar. '¿Por qué has quedado cuarta y no primera?'
Incluso en los entrenamientos me preguntan que cómo he quedado.
Tengo que intentarlo para quedar la primera, como ellas quieren. Pero
son muy pequeñas y no lo entienden".
La genética también parece aportar otro uno por ciento al milagro del atletismo keniano. Aisha, la hija que Florence tuvo con Moses Mosop, no para quieta un minuto y el entrenador de su madre, que es también Renato, dice que apunta maneras a pesar de sus cinco años recién cumplidos.
El estadio de Kamariny, en los alrededores de Iten |
Pero todos estos factores no son exclusivos de una familia, sino que gran parte de los habitantes de Iten están expuestos a ellos. Así pues, la competencia es muy alta. Gabriele Nicola, entrenador de Hilda Kibet entre otras, indica que se habla mucho del éxito sin pensar en el fracaso. Quienes no llegan al podio son muchos más que los que aparecen en la prensa. Lo resume así: "La posibilidad de volver de una carrera con una camiseta como único premio es muy alta".
Y más si se corre en Kenia. Lo ilustra muy bien este pasaje de Running with the Kenyans. Cuenta el autor (traducción libre):
De camino a casa me topo con Paul Tanui, el corredor de ha sustituido a Josphat en el grupo. Ha estado en la pista viendo la carrera.
- "Hola", le digo dándole la mano. "¿Estás listo para el maratón de Lewa?", pregunto. Quedan pocas semanas.
- "Sí", responde. "Pero, ¿qué vamos a hacer con los visados?"
- "¿Visados?"
- "Sí, ¿cuándo los vamos a solicitar?"
- "Lewa está en Kenia", digo. "No necesitamos visados".
- "¿En Kenia?".
Siento como si tuviera que disculparme por eso. Obviamente, pensaba que me lo iba a llevar al extranjero a correr. El problema de correr en Kenia es que la competencia es mucho mayor. Es más difícil ganar.
La increíble fuente de talento que existe en este pequeño rincón del mundo la ilustra una conversación telefónica que tuve esa misma tarde. Había estado intentando localizar a Wilson Kipsang, el líder del grupo de los corredores del final del camino. Es un buen corredor incluso para niveles kenianos, y uno de los mejores diez corredores de maratón de la historia, con un tiempo de 2:04. Godfrey, que conoce a todo el mundo, me pasa su número. Solo que por error me da el teléfono de otra persona distinta llamada William Kipsang.
Le llamo sin tener ni idea de ese detalle.
- Hola.
- Hola, ¿Kipsang?
- Sí.
- Soy Finn, el escritor blanco.
- ¿Eh?
- Nos hemos visto unas cuantas veces. Estuvimos hablando ayer en la pista.
- ¿Eh?
- ¿Eres Wilson Kipsang?
- No, soy William.
- Ah. Pensaba que te llamabas Wilson. El que tiene un tiempo de 2:04 en maratón, ¿no?
- No, de 2:05.
Aquí, incluso si llamas al número equivocado puedes terminar hablando con una persona que ha corrido en un tiempo tres minutos por debajo del récord británico, establecido hace más de 25 años. Normal que Paul quisiera correr en el extranjero.
A la espera de que Álvaro y Xavi publiquen su repor, dejo el que hizo Informe Robinson. Si se deja aparte el aspecto folclórico africano del principio, está bastante bien.
Me he dado cuenta, más tarde que pronto, de que el atletismo me apasiona. Y Kenia es un buen lugar para descubrirlo. El próximo 21 de abril espero no perderme el maratón de Londres.
La última lectura que he hecho sobre este deporte -Barefoot Runner, la historia novelada de Abebe Bikila- aúna dos aspectos que me fascinan: la peculiar figura del emperador etíope Haile Selassie y el atletismo. Pero este deporte en Etiopía -nos explicaron- es una cosa totalmente distinta. Hablar de ello quedará para otra ocasión, si tengo la suerte del volve a tierras etíopes.
3 comentarios:
Que interesante! A mi me gusta mucho correr, el atletismo no tanto... pero claro, revestido de tantas historias, gana mucho!
No creo que vea la maraton de Londres, pero me apunto los libros que comentas.
Animo y a seguir escribiendo bananadas!
Gracias por el comentario, Lorenzo. Espero que te gusten los libros :)
Un abrazo!
Javi
Ya te conté que Iten nos pareció el pueblo en el que todo el mundo acababa de perder el autobús. No había más que gente corriendo de un lado para otro. Y lo gracioso es que en cualquier sitio te presentaban a gente: "Este es Nosquién, 1h03 en la media maratón". "Este es Nosecuál, segundo el año pasado en la maratón de Palermo"...
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