Recuerdo el hangar que hacía de aeropuerto en Juba. Recuerdo las riadas de gente que llegábamos, entusiasmados en mayor o menor medida, para el referéndum de independencia. Recuerdo el calor asfixiante, los ventiladores estropeados y los mosquitos impertinentes.
Recuerdo que perdí las gafas de sol y pasé sin ellas una semana, y viajando en moto, en el desierto. Porque la que después se convertiría en capital del independiente Sudán del Sur está en medio de una zona desértica, por mucho Nilo que la mime.
Recuerdo la luz deslumbrante. Recuerdo los edificios desperdigados en medio de la nada, sin asomo de planificación urbanística, un clásico en la región. Recuerdo las primeras impresiones de Juba. Recuerdo un recinto ministerial piojoso. Pero también, en una región eminentemente petrolera, un Ministerio de Energía más boyante.
Recuerdo el interior de uno de esos ministerios, en la que una puerta pintada de los colores de la pared, se abría hacia una supuesta estancia secreta. Recuerdo el lujo de la que sería la residencia presidencial.
Recuerdo el ambientazo en las calles...
...y el negro casi azul oscuro de los sursudaneses.
Recuerdo la alegría de la gente ante la perspectiva de deshacerse de sus tradicionales esclavistas, los musulmanes de Jartum. Recuerdo que los sureños cifraban en 2,5 millones de muertos las almas perdidas en la última de las guerras con sus vecinos del norte, entre 1983 y 2005.
Recuerdo, antes de viajar a Juba, leer un interesante libro de historia sudanesa que me prestó un amigo. Recuerdo aprender de la muerte de John Garang, cuya efigie contemplaría después en Juba. También conocería de pasada a uno de sus hijos.
Recuerdo conocer, meses después, a un periodista ugandés residente en Nairobi: el hijo del piloto del helicóptero siniestrado en el que falleció John Garang. Recuerdo la última vez que vi la cara del líder independetista sursudanés, cuando un amigo me trajo un billete de la nueva moneda sursudanesa con su rostro estampado.
Recuerdo las filas para votar...
Recuerdo que los organizadores marcaban a los votantes con tinta en un dedo tras introducir la papeleta en la urna, y cómo una chica se resistió por no arruinar su manicura.
Recuerdo las urnas a la sombra de un mango. Recuerdo cómo el referéndum lo envolvía todo y era el monotema. Recuerdo la a veces no tan sana competencia entre corresponsales y el trapicheo del cambio de dólares. Recuerdo los 4x4 por todas partes y las historias sobre la malaria de los colegas que se quedaban junto al Nilo. La deshidratación y el dolor de riñones todavía me ronda la cabeza, y recuerdo que una compañera -¡bendita Joana!-, potómana ella, nos proveyó de abundante agua durante el tiempo que pasamos allí.
Recuerdo el capitalino mercado de Konyo Konyo y las bromas facilísimas que nos regaló. Y la venta de bloques de hielo que transportaban hasta el mercado en motocicletas. Como sólo había visto en las películas antiguas e imaginaba en Cien años de soledad.
Recuerdo a mi motorista. Pero olvidé su nombre.
Imborrable la omnipresente cuenta atrás hasta las urnas.
Recuerdo a los sursudaneseses que remontaron el Nilo de Jartum a Juba y sus enormes expectativas ante el parto de un nuevo país. Recuerdo las declaraciones de la gente sobre cómo la liberación del sur cambiaría el panorama. Y teclear, entonces:
Recuerdo conocer a la hija de un ministro sudanés, que había estudiado en Gerona. Se había echado un novio catalán y, por las similitudes que ella dedujo con su tierra natal, apoyaba la causa independentista catalana. Recuerdo cómo, a pesar de sus inmensas posibilidades económicas, había vuelto para ayudar a construir desde cero su nuevo país. Recuerdo que el viñetista tanzano Gado caricaturizó -más tarde se vería que no fallaba por mucho- ese empezar desde cero como un plato vacío.
Recuerdo la cárcel de Juba. Recuerdo que estaban John Kerry y George Clooney. No en la cárcel, sino en las votaciones. Recuerdo el mal inglés del que, a la postre, se convertiría en el presidente del nuevo país. Recuerdo el emocionante día D.
Recuerdo, medio año después, la frustración de ver la ceremonia de independencia por televisión desde mi casa de Nairobi. De aquello hace ahora dos años. Recuerdo cuánto tardaron los atlas de internet en colocar al nuevo país en el mapa. Recuerdo todas las noticias de la primera vez que Sudán del Sur hacía esto o aquello. Recuerdo alguna puesta de sol en Juba.
Recuerdo el teléfono móvil, edición especial referéndum.
Recuerdo a la supuesta votante más vieja de sur de Sudán.
Recuerdo el medio centenar de kilómetros asfaltados en un país del tamaño de la península Ibérica. Y conservo aún esa percepción de que allí había un buen montón de nada.
Recuerdo la desangelada universidad. Recuerdo que, de haber querido, habríamos podido robar libros valiosísimos allí conservados por la ausencia de vigilantes y la indulgencia y presunción de inocencia que se les concede muchas veces, de manera gratuita e injustificada, al blanco de a pie en esos lares.
Recuerdo, meses después de su independencia, leer noticias sobre cómo la corrupción había aflorado entre los sursudaneses.
Recuerdo pensar que la independencia es un estado mental, porque explotadores y explotados, corruptos y víctimas de la corrupción, hay siempre, igual da el color de piel que vistan o la religión que profesen. Recuerdo ver en televisión a Salva Kiir, el presidente sursudanés, pedir a sus colegas corruptos que devolvieran el dinero a una cuenta... Recuerdo que después se conocería que sólo una cantidad ridícula había vuelto a las arcas estatales.
Recuerdo, tiempo después, pensar que quizá esa corrupción a más grande escala es lo que le reserva a Somalilandia la independencia, de producirse ésta algún día.
Recuerdo volver a ver a la hija del ministro sudanés en una fiesta en Nairobi, casi dos años después del referéndum. Nos habíamos mantenido en contacto de una forma un tanto intermitente, así que recuerdo preguntarle por sus esfuerzos, los de alguien privilegiado y con estudios de posgrado, por ayudar a su país en los primeros años de vida. Recuerdo su respuesta hastiada: "No me hables de Sudán del Sur..." Recuerdo que solté una carcajada.
Pero, como todos los recuerdos, seguro que están maquillados por la mente.
Recuerdo que perdí las gafas de sol y pasé sin ellas una semana, y viajando en moto, en el desierto. Porque la que después se convertiría en capital del independiente Sudán del Sur está en medio de una zona desértica, por mucho Nilo que la mime.
Recuerdo la luz deslumbrante. Recuerdo los edificios desperdigados en medio de la nada, sin asomo de planificación urbanística, un clásico en la región. Recuerdo las primeras impresiones de Juba. Recuerdo un recinto ministerial piojoso. Pero también, en una región eminentemente petrolera, un Ministerio de Energía más boyante.
Recuerdo el interior de uno de esos ministerios, en la que una puerta pintada de los colores de la pared, se abría hacia una supuesta estancia secreta. Recuerdo el lujo de la que sería la residencia presidencial.
Recuerdo el ambientazo en las calles...
...y el negro casi azul oscuro de los sursudaneses.
Recuerdo la alegría de la gente ante la perspectiva de deshacerse de sus tradicionales esclavistas, los musulmanes de Jartum. Recuerdo que los sureños cifraban en 2,5 millones de muertos las almas perdidas en la última de las guerras con sus vecinos del norte, entre 1983 y 2005.
Recuerdo, antes de viajar a Juba, leer un interesante libro de historia sudanesa que me prestó un amigo. Recuerdo aprender de la muerte de John Garang, cuya efigie contemplaría después en Juba. También conocería de pasada a uno de sus hijos.
Este joven que está votando, de hecho... |
Recuerdo conocer, meses después, a un periodista ugandés residente en Nairobi: el hijo del piloto del helicóptero siniestrado en el que falleció John Garang. Recuerdo la última vez que vi la cara del líder independetista sursudanés, cuando un amigo me trajo un billete de la nueva moneda sursudanesa con su rostro estampado.
Recuerdo las filas para votar...
El de la izquierda, cazado con el dedo en la fosa... |
Recuerdo que los organizadores marcaban a los votantes con tinta en un dedo tras introducir la papeleta en la urna, y cómo una chica se resistió por no arruinar su manicura.
Recuerdo las urnas a la sombra de un mango. Recuerdo cómo el referéndum lo envolvía todo y era el monotema. Recuerdo la a veces no tan sana competencia entre corresponsales y el trapicheo del cambio de dólares. Recuerdo los 4x4 por todas partes y las historias sobre la malaria de los colegas que se quedaban junto al Nilo. La deshidratación y el dolor de riñones todavía me ronda la cabeza, y recuerdo que una compañera -¡bendita Joana!-, potómana ella, nos proveyó de abundante agua durante el tiempo que pasamos allí.
Recuerdo el capitalino mercado de Konyo Konyo y las bromas facilísimas que nos regaló. Y la venta de bloques de hielo que transportaban hasta el mercado en motocicletas. Como sólo había visto en las películas antiguas e imaginaba en Cien años de soledad.
Recuerdo a mi motorista. Pero olvidé su nombre.
Imborrable la omnipresente cuenta atrás hasta las urnas.
Recuerdo a los sursudaneseses que remontaron el Nilo de Jartum a Juba y sus enormes expectativas ante el parto de un nuevo país. Recuerdo las declaraciones de la gente sobre cómo la liberación del sur cambiaría el panorama. Y teclear, entonces:
«Con la independencia, las cosas mejorarán, habrá trabajo, desarrollo y más riqueza para todos», comenta rodeado de bártulos y churumbeles Simon, un sursudanés que acaba de llegar, literalmente con la casa a cuestas, desde Jartum. Ha remontado el Nilo más de 1.500 kilómetros y, después de 15 años trabajando en el norte, quiere participar en la creación de Sudán del Sur. O de la República de Sudán del Sur, o Nuevo Sudán, o la República del Nilo. Nadie sabe aún cómo se va a llamar el nuevo país que nacerá si en el referendo de mañana gana el sí... [...]
«Todo irá mucho mejor cuando seamos libres», recalca Afsa, una vendedora de legumbres del céntrico mercado de Konyo Konyo...
Ahí están los bártulos...los churumbeles andarán correteando por ahí |
Recuerdo conocer a la hija de un ministro sudanés, que había estudiado en Gerona. Se había echado un novio catalán y, por las similitudes que ella dedujo con su tierra natal, apoyaba la causa independentista catalana. Recuerdo cómo, a pesar de sus inmensas posibilidades económicas, había vuelto para ayudar a construir desde cero su nuevo país. Recuerdo que el viñetista tanzano Gado caricaturizó -más tarde se vería que no fallaba por mucho- ese empezar desde cero como un plato vacío.
Así que a esto se referían con empezar de cero... |
Recuerdo la cárcel de Juba. Recuerdo que estaban John Kerry y George Clooney. No en la cárcel, sino en las votaciones. Recuerdo el mal inglés del que, a la postre, se convertiría en el presidente del nuevo país. Recuerdo el emocionante día D.
Recuerdo, medio año después, la frustración de ver la ceremonia de independencia por televisión desde mi casa de Nairobi. De aquello hace ahora dos años. Recuerdo cuánto tardaron los atlas de internet en colocar al nuevo país en el mapa. Recuerdo todas las noticias de la primera vez que Sudán del Sur hacía esto o aquello. Recuerdo alguna puesta de sol en Juba.
Recuerdo el teléfono móvil, edición especial referéndum.
Recuerdo a la supuesta votante más vieja de sur de Sudán.
Recuerdo el medio centenar de kilómetros asfaltados en un país del tamaño de la península Ibérica. Y conservo aún esa percepción de que allí había un buen montón de nada.
Recuerdo la desangelada universidad. Recuerdo que, de haber querido, habríamos podido robar libros valiosísimos allí conservados por la ausencia de vigilantes y la indulgencia y presunción de inocencia que se les concede muchas veces, de manera gratuita e injustificada, al blanco de a pie en esos lares.
Recuerdo, meses después de su independencia, leer noticias sobre cómo la corrupción había aflorado entre los sursudaneses.
Recuerdo pensar que la independencia es un estado mental, porque explotadores y explotados, corruptos y víctimas de la corrupción, hay siempre, igual da el color de piel que vistan o la religión que profesen. Recuerdo ver en televisión a Salva Kiir, el presidente sursudanés, pedir a sus colegas corruptos que devolvieran el dinero a una cuenta... Recuerdo que después se conocería que sólo una cantidad ridícula había vuelto a las arcas estatales.
Recuerdo, tiempo después, pensar que quizá esa corrupción a más grande escala es lo que le reserva a Somalilandia la independencia, de producirse ésta algún día.
Recuerdo volver a ver a la hija del ministro sudanés en una fiesta en Nairobi, casi dos años después del referéndum. Nos habíamos mantenido en contacto de una forma un tanto intermitente, así que recuerdo preguntarle por sus esfuerzos, los de alguien privilegiado y con estudios de posgrado, por ayudar a su país en los primeros años de vida. Recuerdo su respuesta hastiada: "No me hables de Sudán del Sur..." Recuerdo que solté una carcajada.
Pero, como todos los recuerdos, seguro que están maquillados por la mente.
1 comentario:
Tus recuerdos han acabado formando una historia muy bonita (y, como siempre, divertida). Es una pena que tras el subidón de la "libertad", acostumbre a llegar la resaca, pero en fin, la vida tiene sus ritmos.
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