martes, 24 de febrero de 2015

El nuevo Amazonas

Excavadoras en acción en el sur de la isla de Borneo. Foto: J. Triana.

Un camión recorta el paisaje a toda prisa dejando tras de sí una nube de polvo. Se divisan centenares de metros de hierbajos, matorrales y, sobre todo, algunas palmas aceiteras algo más adultas que empiezan a destacar. Al fondo, una muralla de bosque. Y cinco excavadoras azules que se entretienen tumbando los árboles. Son casi cuarenta kilómetros cuadrados cuya explotación ha cedido el Gobierno de Indonesia a la empresa singapuresa Bumitama Gunajaya Agro (BGA), justo en las lindes del Parque Natural de Tanjung Puting, en el sur de la isla de Borneo.

Esto antes era bosque”. El lamento de Udin Ariadi es periódico. Su moto atraviesa plantaciones inmensas de aceite de palma. Cuenta que hasta 2010, su pueblo, Sekonyer, le había hecho frente a BGA, y que se habían manifestado en varias ocasiones. Pero luego la empresa sobornó al alcalde, y éste se preocupó de ir convenciendo a los habitantes de que la industria palmera tampoco estaba tan mal. Los aldeanos vendieron sus tierras, ahora transformadas en plantaciones de palma, y son empleados de la multinacional. En la actualidad, ni Ariadi ni sus compañeros de la Fundación de Amigos de los Parques Naturales (FAPN) despiertan demasiada simpatía en la zona.

Ariadi señala a uno de los lados de la pista de tierra. Una alfombra verde recubre un terreno que se pierde en el horizonte. “Palmas aceiteras”, afirma, apartando por un momento la vista del camino. Es una deforestación un tanto engañosa para los ojos inexpertos. Al fin y al cabo, las palmeras también configuran un paisaje verde, como si el color fuera garantía de un ecosistema saludable. Pero no. Los inquietantes “bosques” que plantan en perfecta alineación distan mucho del hábitat natural que, cada vez menos, domina en Indonesia, uno de los pulmones y paraísos de la biodiversidad del planeta, junto con las cuencas de los ríos Amazonas y Congo.

Y, desde hace años, uno de los pulmones a los que mayor velocidad le crece un cáncer: un estudio de la estadounidense Universidad de Maryland publicado en la revista Nature el pasado julio muestra que, entre los años 2000 y 2012, Indonesia ha registrado la mayor tasa de deforestación del mundo, desbancando a Brasil de la cabeza de tan lúgubre clasificación. En esos trece años, el archipiélago asiático ha perdido 158.000 kilómetros cuadrados de superficie boscosa, de los cuales 60.000 kilómetros cuadrados son de bosque virgen y de turbera, un territorio que casi dobla la extensión de Catalunya. En términos más de andar por casa: Indonesia ha perdido el equivalente en bosque primario (en el que nunca ha intervenido la mano del hombre) a la superficie de 72 Camp Nous cada hora. Cada hora de cada día comprendido entre enero de 2000 y diciembre de 2012.


Bosque de turbera arrasado por una subsidiaria de la empresa papelera APRIL, en Riau (Sumatra). Foto: Ulet Infantasti / Greenpeace

La pérdida de la diversidad es la consecuencia más evidente, y constituye una amenaza de extinción para los orangutanes o los tigres de Sumatra, por citar solo dos de las especies más mediáticas. La minería -sobre todo de oro-, así como la industria maderera y la del papel, son también responsables de la masacre ambiental que acontece desde hace décadas en Indonesia. Aunque la escena de las excavadoras quizá sea la más impactante, muchas veces se opta por incendiar la parcela adjudicada para “allanar el terreno”. Este sistema resulta más contaminante si cabe, ya que hace que los árboles liberen a la atmósfera el dióxido de carbono y demás gases de efecto invernadero acumulados en la corteza durante su vida. Este hecho ha disparado las emisiones nocivas desde el archipiélago asiático, convirtiendo Indonesia en el tercer país emisor de gases de efecto invernadero, por detrás de Estados Unidos y China.

El humo de estos incendios es visible desde el espacio y llega hasta las vecinas Singapur, Malasia y Tailandia, convirtiéndose en una amenaza para la salud de sus habitantes, más allá de ser leña para el fuego del cambio climático. Muchas veces, se trata de incendios provocados fuera del terreno de las propias concesiones a las empresas. Como sucedía en la España de la burbuja inmobiliaria cuando, en bosques que el fuego había arrasado “misteriosamente” años antes, de repente aparecía una urbanización tras una reclasificación exprés del terreno. Según la agencia de noticias Reuters, el Banco Santander ha prestado recientemente apoyofinanciero a la compañía papelera APRIL, que la organización ecologista Greenpeace describe como “la segunda mayor empresa de celulosa y papel de Indonesia, y principal responsable de la deforestación causada por este sector.


Algunos incendios pueden tardar años en apagarse, como los provocados en el bosque de turbera. Las turberas son zonas de altísimo valor ecológico, ya que retienen y filtran inmensas cantidades de agua, y están formadas por residuos vegetales que almacenan millones de toneladas de carbono. Los efectos medioambientales de prender fuego a estos ecosistemas son devastadores. La deforestación por la vía de la cerilla da pie, además, a situaciones absurdas en las que empresas como BGA presumen de deforestar de forma “más sostenible”, excavadora mediante, sin necesidad de recurrir a la práctica contaminante del incendio.

En el terreno, la ironía hurga en la herida. Bajo un sol fulminante, Udin decide detener su moto en un camino secundario y descansar a la sombra de los palmerales: no hay otro refugio posible en kilómetros a la redonda. Se agacha y toma en la mano varias bolitas amarillas. El suelo está plagado de ellas. “¿Ves? Esto es fertilizante para las palmas aceiteras. Se filtra en el suelo y aparece en nuestros ríos, matando a los peces y otros animales. Han aparecido muchísimos flotando, sin vida. Antes, podíamos beber el agua del río. Desde que empezaron las plantaciones de aceite de palma y las minas, está demasiado contaminada”. La fundación para la que trabaja es pequeña. Sabe que tienen poco que hacer frente a las grandes multinacionales y prefiere no dar su nombre real, por lo que pudiera pasarle. No sería el primer caso de un activista apaleado. O asesinado.
 

Indonesia está perdiendo a toda velocidad un ecosistema del que viven veinte millones de sus habitantes, según cifras del Centro Internacional para Investigación Forestal (CIFOR). Entre 1990 y 2010, la actividad deforestadora aumentó exponencialmente, hasta el punto que, en 2008, Indonesia fue incluida en el registro de la estupidez humana, el Libro Guinness de los Récords, como el país que más rápido está acabando con sus bosques.

Superficie boscosa deforestada en una de las concesiones destinadas a aceite de palma ubicadas en el centro de Borneo. La explota una empresa proveedora de Procter&Gamble, manufacturera del champú H&S. Foto: Ulet Ifansasti / Greenpeace

En Sumatra”, asegura Hikmat Suriatanwijaya, de Greenpeace Indonesia, “conocimos a gente sin techo porque sus tierras se habían concedido a empresas. Gente que un buen día se levantó para ir a trabajar a su huerta y se encontró allí con soldados y trabajadores de las empresas, quienes decían que ya no era su tierra, sino que pertenecía a la compañía de turno”.

El jefe de Udit, Basuki Budi, incide en este absurdo: “A veces, la policía y el ejército han venido a defender a las empresas extranjeras. Nuestra policía es para protegernos a nosotros, no a las compañías extranjeras. Muchos [aldeanos locales] trabajan en las plantaciones porque ya no tienen tierras. ¿De dónde cogen la leña para cocinar? Ahora la tienen que comprar. Y es cara”.

Budi es consciente de que hace falta mejorar la vida de los indonesios, pero ni entiende ni comparte el método escogido, ni ve beneficio alguno en el mismo, sino más bien todo lo contrario. “
Antes, éramos libres para levantarnos cuando quisiéramos, ir al río a pescar y tener comida. Ahora, la gente tiene que madrugar cada día para cocinar, meter la comida en un recipiente de plástico y esperar al transporte que les lleve a la plantación, a varios kilómetros de sus casas. Eso puede que sea la vida normal de Tokio, de Nueva York, o de Madrid. Pero esto es Borneo”.

El empleo local que crean estas plantaciones es precario, y los puestos de mayor responsabilidad y sueldo se reservan para trabajadores más cualificados, procedentes en su mayoría de la superpoblada isla de Java, donde apenas quedan bosques comparables y habita el 65 por ciento de la población del país. Esta migración interna crea asimismo grandes fricciones.

Pero no solo hay humanos viviendo en la selva. De hecho, “orangután” significa en lenguas locales “persona del bosque”. La primatóloga española Karmele Llano, quien lleva años dedicada al estudio, rescate y reintegración de estos simios en su hábitat, señala que “
alrededor de un 75 por ciento de la población actual de orangutanes se encuentra fuera de zonas protegidas”. Asimismo, asevera que su población se ha reducido a la mitad en las últimas seis décadas y quedan ahora unos 40.000 individuos repartidos entre Borneo y Sumatra. Llano explica que, a diferencia de otros primates, los orangutanes pasan la mayor parte de su existencia en los árboles y su dieta se basa sobre todo en fruta, por lo que cada vez resulta más complicada su supervivencia debido a la destrucción de la superficie boscosa.

La rotonda de los orangutanes, en Pangkalan Bun (Borneo). Foto: J. Triana.

El supuesto amor de Indonesia por los orangutanes quedó plasmado en los billetes de 500 rupias emitidos en 1992. O en monumentos como una gigantesca rotonda presidida por primates de piedra, en las cercanías de la sede de la asociación ecologista de Ariadi y Budi. Pero la práctica dista mucho de la teórica cruzada oficial por estos simios.

Con el proceso de descentralización comenzado hace una década, cada vez más las autoridades locales tienen autoridad para emitir las licencias que permiten a empresas nacionales y extranjeras manipular las selvas autóctonas. Los casos de corrupción son habituales y la justicia no siempre ejerce como tal.

Hay un ejemplo buenísimo, con uno de los alcaldes de Pelalawan (en la región de Riau, en Sumatra). Está en la cárcel, porque se ha comprobado que recibió dinero de una de las subsidiarias de la empresa APRIL”, relata Suriatanwijaya, de Greenpeace. “El alcalde le dio el permiso a cambio de un soborno, y por eso está en la cárcel. ¡Pero la empresa ha seguido haciendo uso del permiso!”.

Desde CIFOR denuncian que el Gobierno de Yakarta solo tiene delimitadas claramente un 17 por ciento de las zonas consideradas protegidas, que aun así se emiten permisos en zonas con protección estatal y que muchos de estos permisos no exigen que el terreno sea reforestado por parte de las empresas concesionarias.

Orangutanes semi-salvajes en el Parque Natural de Tanjung Puting (Borneo). Foto: J. Triana.

Así las cosas, las empresas del sector -cuyas actividades suman un 4 por ciento del PIB indoneso- se han apresurado a lavar su imagen. BGA ha levantado escuelas, clínicas y templos en las comunidades locales en las que ha destruido el bosque, y ha construido infraestructuras (en sus zonas de operación). APRIL, por su parte, dice conocer el impacto de sus operaciones, que usan para “promover el desarrollo y avanzar hacia el crecimiento sostenible en gran parte a través de las contribuciones a la economía y la creación de oportunidades laborales”. Basuki Budi cree que, para cuando los indígenas se den cuenta de los efectos a largo plazo de la pérdida de la selva, será demasiado tarde.

¿Cómo frenar entonces esta pérdida masiva de bosque tropical? Tras numerosas peticiones de acción por parte de los ecologistas, Yakarta anunció a bombo y platillo la puesta en marcha de una moratoria en varias zonas protegidas. Sin embargo, esta moratoria solo ha servido para frenar la adjudicación de nuevos permisos para la explotación de los bosques, mientras que los ya concedidos se pueden seguir ejecutando.

Tenemos varios indicios de que hay nuevas plantaciones de aceite de palma fuera de las zonas de la moratoria, pero que aun así tienen muy buenas condiciones boscosas”, afirma Ahmad Dermawan, investigador de la división de bosques de CIFOR. “La moratoria solo trata sobre el estado legal de la tierra, y no sobre las superficies selváticas”.

Para conocer si la moratoria -iniciada en 2011 y que se ha ampliado hasta 2015- es o no efectiva, basta apuntar un dato: entre junio de 2012 y el mismo mes de 2014, el fuego y las excavadoras han arrasado 12.000 kilómetros cuadrados más. “Esto no es un asunto de si es legal o no deforestar en esta o esta otra zona”. El activista Wirendro Sumargo pone en orden las prioridades. “El verdadero problema es la pérdida de los bosques”.
Construcción de un canal de transporte en un bosque de turbera de la provincia de Riau (Indonesia). Foto: Ulet Ifantansti / Greenpeace

A fin de llegar a la ansiada “deforestación cero”, otra de las soluciones planteadas es la intensificación de los cultivos y el aumento de la productividad de éstos. En la vecina Malasia, las plantaciones de palma producen cuatro veces más que en Indonesia. Esto se debe -indican los ecologistas- a la mala calidad de las semillas utilizadas, de muy bajo coste, y a la mayor rentabilidad de arrasar nuevas tierras (en las que, por ejemplo, se puede vender la madera de los árboles tumbados antes de plantar palmas aceiteras) en vez de concentrarse en explotar las ya deforestadas.

La presión más efectiva, sin embargo, es la que pueden ejercer los consumidores, patrones en última instancia del sistema. Según la plataforma por un consumo responsable Carro de Combate, el aceite de palma “se encuentra casi en la mitad de los alimentos procesados” al alcance del consumidor, que ingiere una media de 59,3 kilos al año de este producto por persona en el caso de la Unión Europea. La legislación comunitaria ya exige que se especifique el tipo de aceite utilizado y que las empresas no se refugien tras la etiqueta de “aceites vegetales”. La mayor parte de los productos cremosos, como el queso para untar, contienen aceite de palma. La controvertida empresa singapuresa Wilmar, la mayor en el sector del procesado de ese tipo de aceite, tiene relaciones comerciales con Kraft y Nestlé. El aceite de palma también se usa en bollería industrial como las galletas Oreo o en los productos de afeitado de la marca Gillete. En cuanto a la pasta de papel, la popular marca de oficina 3M, conocida por los “post-it”, es cliente de APRIL. O en el campo de los biocombustibles, que también se pueden obtener a partir del aceite de palma. Los ecologistas lamentan que, mientras se trata de reducir las emisiones contaminantes provocadas por los combustibles fósiles en Europa por normativa comunitaria, este consumo suponga una alternativa que crea aún más contaminación, aunque sea en la otra punta del planeta.

Muchas empresas se defienden con políticas de reforestación. Aunque, como sucede con la moratoria, estas prácticas sostenibles -advierten los activistas- también tienen truco: no es lo mismo una selva virgen que arrasarla y comprometerse a reforestar con monocultivo de un tipo determinado de árbol para producir pasta de papel que también reportará beneficios a los empresarios.

Un vivero de palmas aceiteras cerca de los límites del Parque Natural de Tanjung Puting, en Borneo. Foto: J. Triana.

De momento, la política ambiental más aceptable para todas las partes que se ha encontrado es el llamado “Alto Almacenamiento de Carbono”. Consiste en autorizar el uso de zonas con menor valor ecológico, mientras que se conservan los bosques primarios, las turberas y los bosques jóvenes capaces de almacenar un mínimo de 70 toneladas de carbono por hectárea. Dos importantes empresas como Golden Agri Resources Limited y Asian Pulp and Paper ya han adoptado esta política.

El pasado septiembre, Greenpeace anunció que cinco importantes empresas del sector han parado la maquinaria temporalmente, durante un año, mientras investigan la validez de la política del “Alto Almacenamiento de Carbono”, poco convencidos con ella. Esto supone una victoria mínima en una batalla de una guerra mucho mayor.

¿Ganaréis?”, le pregunto a Udin, una vez fuera de la selva y lejos de las excavadoras. No necesita pensar la respuesta: “Hay mucho dinero en las plantaciones de aceite de palma. Si el Gobierno no nos ayuda, no”.


* Mis agradecimientos más sinceros por la ayuda para realizar este reportaje a los valientes activistas de Yayorin, Orangutan Foundation International y, sobre todo, de la FAPN (en Borneo). A
Hikmat, Rendro y Annisa (Greenpeace Indonesia), a Greenpeace España, y a Karmele Llano, Eduardo San Baldomero, Isabel Abel, Guillem Martínez Pujol y Laura Villadiego.
** Una versión mucho más reducida de este texto fue publicada en el suplemento Más Periódico de El Periódico de Catalunya el pasado 8 de febrero.

*** Todas las fotografías aquí publicadas fueron tomadas entre enero y julio de 2014.

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