Aunque de manera extraoficial, ya se conocen los resultados del referéndum de independencia de Sudán del Sur (véanse las primeras entradas del año, dedicadas en exclusiva a este asunto). Las cifras no sorprenden a nadie: un 99,57 por ciento votó por la secesión. Así que, si nada se tuerce, el próximo 9 de julio el mundo alumbrará el país número 193.
Aprovechando la excusa de los resultados, escribo una historia sursudanesa -una visita a la prisión de Juba, capital de la región- que no me gustaría condenar al olvido:
En la cárcel de Juba no existen las esposas. Así que los reclusos van de la mano de los guardas. La puerta del patio, en el que los presos juegan a fútbol, está medio abierta. Una verja metálica, negra, enorme. Fuera, una legión de vigilantes fuma, juega a las cartas o, simplemente, dormita a la sombra. El letargo es consecuencia de los trescientos ventisiete mil grados que el Sol proyecta sobre este rincón del planeta.
El funcionario que me han asignado para la visita se llama Robert. Nada más flanquear la entrada, me lleva al primer pabellón a la izquierda: condenados a muerte. En el patio de esta sección, los convictos manosean una baraja sentados en un el suelo de tierra. Sus ridículas celdas muestran apenas un colchón y una manta para dormir.
"En estas celdas duermen 3 ó 4 personas", explica Robert, a lo que los presos, atentos a la conversación, calman: "¡Más bien 4 y 5 personas!" La escena es de traca.
Es sólo curiosidad y no interés morboso. No lo puedo reprimir y, una vez fuera, le pregunto cómo ejecutan a los condenados a muerte. Robert saluda a un oficial, luego a otros periodistas extranjeros que también están de visita, y elude responder.
En la sección de menores está un chaval de 13 años que mató a sus padres. Hay muchos edificios que están siendo renovados, como la nave que hace de iglesia... o de mezquita, según convenga. No me explico cómo pueden patear un balón bajo el calor asfixiante de la mañana.
Salimos de la sección masculina y nos dirigimos hacia la cárcel de mujeres. "¿Cómo los ejecutan?", insisto, pero cruza un director de nosequé que sirve de excusa para ignorar mi pregunta. La repito y lanza una respuesta inconclusa. Me quedo igual.
En la zona de mujeres está la cocina, pero en ella trabajan los hombres, cuenta Robert. Saluda efusivamente a una anciana con grilletes en los pies. "Mató a su marido con un cuchillo", me dice en inglés. Yo me conformo con darle la mano.
Nos dirigimos a la salida. Casi en la puerta, y sin que yo diga nada, Robert espeta: "Les cuelgan". No soy capaz de responder, así que me limito a agradecerle su tiempo y pedirle su teléfono.
Una vez fuera del recinto de reclusión, en el colegio electoral de la cárcel -porque aquí los presos también votan-, el jefe de área comenta desesperanzado: "Quedan unas setenta personas por votar, pero es que en estos días han liberado a algunos prisioneros... y no han vuelto para votar". A estas alturas, ya sabiendo los resultados del plebiscito, estarán gozando de su libertad. En todos los sentidos.
* Necesitaba un permiso especial para hacer fotos. Como no pude tramitarlo en el momento, he tomado prestada la imagen de aquí.
2 comentarios:
Me encanta.
Hay lugares, y uno son las cárceles, que lo cuentan todo sobre un país.
Gracias!
No me quise meter en los jardines de la entrada anterior, porque el diálogo vi que ya era demasiado fluido, así que lo dejaré, jeje. Por lo de la cárcel... Estoy con el anterior comentario, que las cárceles dicen mucho de un país. Y sobre la manera de matarlos... Pensándolo (quizás, con la respuesta final es más fácil llegar a la conclusión), pero era la más lógica. Fríamente: la opción más barata y que necesita menos infraestructuras. Con el corazón: una de las más crueles, porque sufren lo que no está escrito hasta morir...
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