miércoles, 14 de septiembre de 2011

Muertos



Creo que es el inicio de Tesis (Alejandro Amenábar, 1996) el primer recuerdo que tengo del concepto ver a una persona muerta. Pero no ha sido hasta este lunes cuando me ha tocado. De hecho, no vi sólo un cuerpo, sino que conté 46. Cadáveres carbonizados, algunos con las tripas fuera, algunos quemados hasta los huesos, algunos con gesto aún reconocible, con ropa. Todos muertos, como siniestros muñecos en el más macabro decorado imaginable. La imagen me trajo a la cabeza de inmediato una visita a Pompeya, hace ya más de ocho años: cuerpos calcinados.


...sólo que la barriada chabolista de Sinaí, en el sureste de Nairobi, no está rodeada de un paraje incomparable, como Pompeya. O, más bien, casi 2.000 años después de que la lava del Vesubio sepultara la ciudad romana, la favela keniana no tiene casas de piedra o calles asfaltadas en su zona cero. Seguramente sus habitantes tampoco tengan el mismo acceso a la sanidad, la educación o al esparcimiento como tenían los pompeyanos. Y estamos comparando un lugar del siglo XXI con una ciudad de hace dos milenios.

Pero el día había comenzado mucho antes de aquellas escenas. Se torció alrededor del mediodía, cuando ví que AFP publicaba que una explosión en un oleodcuto situado en una favela de Nairobi había dejado más de 100 muertos. Gente que había aprovechado una fuga en una tubería para hacer acopio de combustible y ahorrarse (o ganarse) unos chelines. Llamé inmediatamente a Edu -el corresponsal de ABC en Nairobi- y nos pusimos en marcha tan pronto como pudimos...


Ha llovido y eso ralentiza aún más el ya de por sí insufrible tráfico nairobita. Llegar al lugar de la explosión no es sencillo, con miles de personas tratando de acercarse a curiosear (que viva el morbo) o a ver si hay familiares o amigos entre las víctimas. Nos abrimos paso como podemos, ya que todos nos estamos empujando. El fango en el que la lluvia ha convertido el terreno tampoco ayuda a avanzar. Tenemos barro casi hasta los tobillos.

Al fin, llegamos, y vemos una ladera de una colina chamuscada, con los restos de varias casas carbonizados, por los suelos. Mucha gente mirando y mucha gente moviéndose entre restos calcinados de (por entonces) no imagino el qué.

Vamos bajando la ladera hacia una pequeña explanada junto a un riachuelo (lo más opuesto a un paisaje bucólico que se pueda imaginar), donde vemos a varios miembros de la policía y la Cruz Roja. Vamos hablando, intercambiando impresiones, y, de repente, me giro y me quedo clavado: dos cuerpos totalmente chamuscados. Una patada en la garganta.

Las fotos que saqué ya no existen: las he borrado todas. Eran horribles, obscenas, estomagantes. Cuando llegué, mi impulso fue enseñar lo que estaba viendo y compartirlo en twitter. Luego, una vez pasado el impacto inicial, me di cuenta de que no apotaban nada más que morbo. Y me sentí un poco antenatrés. A saber qué habría dicho Pedro Piqueras de aquella escena.

Un fotógrafo keniano ve mi reacción y me dice que no me quede impactado, que estas cosas pasan. Y, acto seguido, espeta: "¡Mira! ¡Ahí hay un hombre llorando (en medio de las ruinas carbonizadas de una chabola)! Esa es una buena foto..." Y se va corriendo con su cámara. El hombre al que iba a fotografiar en cuestión era el de la imagen que acompaña a este texto, y al parecer acababa de saber que había perdido dos hijos. ¿En serio que la gente no sabe cuándo se puede molestar y cuándo no?

¿Cómo ha podido pasar algo así? ¿Cómo hemos podido crear un mundo en el que hay gente tan desesperada por sobrevivir que se tira de cabeza a cualquier tipo de oportunidad de sacar unos céntimos? Estamos todos locos, sabedlo. El periódico más leído del país (a mi juicio, porque también es el mejor), el Daily Nation, da algunas pistas en una crónica sobre lo que hay que saber de la vida en Sinaí.

La secuencia fuga de combustible-robo-explosión-muertos es, por desgracia, más habitual de lo que pudiera parecer. En Kenia pasó algo similar a principios de 2009, cuando unas 120 personas murieron en la localidad de Molo por un suceso similar. Un camión volcó, se acercó gente...
En Nigeria, una de las potencias petroleras del contiente, es tristemente habitual. No sólo porque la gente agujeree deliberadamente los oleoductos para sacar unos cuartos, sino también por el peligro del transporte del combustible por carreteras que, generalmente, están en mal estado y en las que pocos son los que respetan algún tipo de norma viaria (accidentes como el enlazado hay a puñados).

Pero volvamos a Sinaí. No para de llegar gente: policía, equipos de rescate, políticos, grupos de periodistas y peces gordos que se mueven en tropel y acaban triturando algunos huesos de las víctimas. A Edu y a mí nos aterroriza la idea de pisar un hueso y, cada vez que oímos un "crack" bajo nuestros pies, dirigimos nuestra mirada al suelo. Menos mal que eran ramas quemadas.

No siento ganas de vomitar, como habría imaginado, pero sí me paso todo el rato escupiendo. Es una náusea interminable.

Hay, literalmente, miles de curiosos que observan las labores de rescate. Muchos de ellos no tienen nada mejor que hacer (también literal). Los bomberos apagan los últimos puntos calientes, y en una de esas, a uno se le va un manguerazo y le da a un curioso. Carcajada generalizada.

La explosión ha arrasado con todo. Ha arrancado árboles, arrasado casas y carbonizado a la gente en cuestión de segundos. El riachuelo de la barriada chabolista no dista más de 20 metros del lugar de la explosión y la gente ni siquiera llegó allí para poder apagar las llamas que envolvían sus cuerpos. Casi a la orilla, hay un cadáver con medio esqueleto al descubierto.

Después de un par de horas y de varias rondas de preguntas a la Cruz Roja, a periodistas locales y extranjeros, a funcionarios del servicio de emergencias, a supuestos testigos (o simples curiosos)... decidimos que no hay mucho más que hacer, y aprovechamos el dispositivo montado para la visita del vicepresidente del Gobierno keniano para escaparnos del lugar con menos esfuerzo del que nos costó llegar. Vamos a uno de los hospitales a los que sabemos que han llevado a las víctimas: el Hospital Kenyatta.

En un último vistazo atrás, vemos que una veintena de marabúes sobrevuelan el lugar. Llegan tarde: la Cruz Roja ya ha cubierto la mayor parte de los cadáveres.

Me dirijo al ala de emergencias, donde veo un negro que parece albino vomitando en una palangana junto a su cama. Se le ha quemado la cara y tiene la piel blanca a manchas. Trato de estorbar lo menos posibe en todo el trajín de enfermeras que circulan sin parar.

Pregunto tímidamente a un grupo de heridos, los que menos peor aspecto tienen, que están sentados (hay muchos en camas), pero apenas saben inglés, o eso me dicen y, aunque no fuera cierto, no tengo fuerzas para insistirles. Llegan un periodista y un cámara de una televisión local y hablan en swahili con un hombre que de ese mismo grupo. Las declaraciones que uso en la crónica del día son cortesía del cámara, que me las tradujo al inglés. Los periodistas locales se han apiadado tantas veces de mí (y no sólo en África) que no sabría cómo agradecerlo.

Salgo y veo un gran grupo de familiares o amigos de víctimas a los que la policía no deja entrar a la sala de emergencias. Hablo con un hombre que se llama Daniel, que me dice que su mujer está dentro. Como es normal, está nervioso, pero sabe que no tiene más remedio que esperar. Trato de tranquilizarle y le digo que el responsable de emergencias me ha dicho que ninguno de los hospitalizados ha muerto y que todos ellos se recuperarán en un mes, a más tardar (hoy se ha sabido que han fallecido 6, pero no sé si de los ingresados en este hospital). No dice nada. Yo le deseo suerte y salgo a paso acelerado, ya que se hace tarde y no puedo demorar más el envío del texto.

Edu y yo nos despedimos en el hospital. Él se queda allí limando su texto y yo corro a la oficina a empezar el mío. En el taxi de camino me doy cuenta de que me salen los mocos negros, por el humo respirado. No volverán a su color habitual hasta pasado día y medio. Intento recopilar todo lo que ha sucedido en el día y me sale este texto. Lo releo y me parece que no es capaz de describir la magnitud de la tragedia, pero es lo mejor que he podido escupir con forma de teletipo en el estado en el que llego.

Termino la jornada agotado y desorientado. Creo que aún no he asentado en mi cabeza las imágenes. Las he borrado de twitter y de mi teléfono. Me doy una ducha para intentar relajarme. Esa noche me cuesta horrores dormirme, con los cuerpos carbonizados como pesadilla.

No quiero volver a encontrarme con estos recuerdos. No quiero pasar ni un día más así.

8 comentarios:

Marta dijo...

Es muy interesante leer tus reflexiones. Como en toda profesión, también hacen falta muuuchos periodistas que se planteen para que sirve su reflexión.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Gracias, Javi, por mostrarnos la tragedia, la desesperación y el trasfondo de una noticia que cuando la leí no me desgarró tanto como ahora. Belén

Eliahh dijo...

Desde luego es increíble, Tri.
Creo que lo que peor llevo de todas las cosas que le pueden pasar a una persona son los quemados. Creo que la empatía que me genera es la peor, tal vez porque todo el mundo se ha quemado alguna vez y no todo el mundo se ha cortado gravemente.
Me alegra mucho que tengas este trabajo que nos hace llegar noticias que, de otro modo, ni habríamos oído, pero siento que tengas que vivirlo en primera persona.
Un beso muy fuerte desde Madrid.

laura dijo...

Gracias por compartirlo. Ánimo!

Anónimo dijo...

Realmente se puede vivir tu empatia a traves del texto, supongo qu no buscaras la enhorabuena por trasmitir tragedias.
Gran reflexion.

Javi dijo...

Gracias a todos por los comentarios. Creo que ha sido la experiencia más dura que he tenido hasta el momento. Escribirlo aquí fue una manera de racionalizarlo y, de algún modo, sacármelo de encima. Obviamente, no lo hago con vistas a obtener medallas. Si me tuviera que preocupar de eso, dejaría de hacer muchas cosas

sanbru dijo...

Algunas cosas tenemos que vivirlas para saber como se sienten realmente.

Sin embargo, algunas otras, quizás sería más fácil para nosotros si no las viviéramos nunca.

Este es el asqueroso mundo que nos ha tocado vivir.

Y lo malo,como en la ultima de Woody Allen, siempre creemos que otras epocas fueron mejores. No quiero saber hacia dónde vamos.

Un abrazo compadre.

Gorka dijo...

Estupendo blog y enhorabuena por vuestra clasificación preliminar en los premios Bitácoras. Seguiremos de cerca vuestro blog, os deseamos mucha suerte. Un saludo.