lunes, 29 de diciembre de 2014

Renacer tras el tsunami

Nur Raihan y sus hijos en la actualidad, en el parque de Blang Padang, en Banda Aceh. Tras el tsunami, el parque quedó cubierto de cascotes y cadáveres.

Nur Raihan y su marido, Dendy Montgomery, están vivos de casualidad y lo saben. Eran las 07:59 de la mañana (hora local) del 26 de diciembre de 2004, cuando un terremoto de 9,1 grados de magnitud en la escala Richter sacudía todo el Océano Índico. Su epicentro, a 30 kilómetros de profundidad, estaba situado a unas decenas de kilómetros de las costas de la isla indonesia de Sumatra. En su extremo norte, la ciudad de Banda Aceh había visto caer varios de sus edificios. La deformación profesional de Nur y Dendy, ambos periodistas, les llevó a pensar solo en desplazarse lo antes posible al centro urbano para informar de lo acontecido. Así que saltaron en su jeep y empezaron a entrevistar a supervivientes tras el derrumbe de un hotel junto a la Gran Mezquita de Baiturraham. “Mi marido se había subido a la verja de la mezquita a grabar y, de repente, me empezó a gritar: '¡Corre! ¡Corre!'”, relata Nur a. Había divisado el tsunami que costaría la vida de 230.000 personas en una quincena de países de Asia y hasta en África.

El matrimonio volvió al coche y condujo a toda prisa en la dirección opuesta a la gran ola. “El agua estaba caliente y tenía un olor raro. Tardé dos años en olvidar ese olor”, recuerda la reportera. “Alrededor de nuestra casa, había medio metro de agua y la corriente arrastraba de todo, incluidos muchos cadáveres. Parecía el día del juicio final, con la ciudad llena de zombies: gente muriendo, heridos, personas llorando, gritando, caminando con sus hijos muertos en los brazos... Era como una pesadilla”. Banda Aceh fue la ciudad más afectada por el tsunami con unos 170.000 fallecidos. La contradicción todavía afecta a muchos, como Nur Raihan. “No sé si alegrarme por estar viva o llorar por lo sucedido”.

Ahora, diez años después, el balance de la reconstrucción se inclina del lado del optimismo. “Nuestro compromiso era reconstruir mejor. Esto quiere decir ayudar en el desarrollo de comunidades para que estén más preparadas para resistir futuros desastres”, expone Patrick Fuller, de la oficina de la Federación Internacional de la Cruz Roja para Asia-Pacífico. “Los avances en algunos campos indican claras mejoras socioeconómicas. Por ejemplo, una de cada cinco familias tuvo acceso a la electricidad por vez primera después del tsunami, mientras que ese fue el caso del 35 por ciento con el agua corriente”.
Para finales de 2010, la provincia de Aceh tenía en pie 140.000 nuevas casas, 1.700 escuelas, casi un millar de edificios oficiales, 36 aeropuertos y puertos marítimos y unos 3.700 kilómetros de carreteras.

Según Beri Kurnidai, quien perdió a toda su familia en el desastre de 2004 y ahora trabaja para el Ministerio de Obras Públicas, los edificios se levantan en la actualidad de manera que resistan mejor este tipo de desastres. “Algunos de ellos -destaca- han sido construidos por japoneses, que tienen mucha experiencia en estos fenómenos”. Beri se libró del tsunami por haber estado de viaje con unos amigos en una isla cercana a Banda Aceh, y reconoce que, de haber estado en la ciudad, no habría sabido cómo reaccionar. “No sabía que algo así podía suceder en Aceh. Pero ahora tenemos una alarma para avisar de los tsunamis y la gente ya sabe qué hay que hacer y dónde ir en caso de que llegue uno”.

En 2005 se creó el Sistema de Alarma de Tsunami del Océano Índico, operativo desde junio de 2006. Está compuesto por 25 estaciones sismográficas y 6 boyas situadas en las profundidades del Índico que derivan la información recogida (principalmente, presión en el fondo del mar y variaciones en el nivel del mar y las mareas) a 26 centros nacionales de información. Estos datos se procesan después en Japón y EEUU y se envían a los países afectados. No obstante, antes de los tsunamis de 2006 y 2012 -de mucha menor fuerza que el de 2004- se pudo apreciar la falta de infraestructuras y de coordinación sobre el terreno: en el de hace dos años, las sirenas tardaron en activarse debido a fallos en la red eléctrica mientras que el tráfico bloqueaba las rutas de evacuación.


No cabe duda de que que los sistemas de alarma han mejorado en Asia y de que hay más conocimiento entre los habitantes de zonas propensas a los desastres sobre cómo reaccionar”, concede Fuller desde Cruz Roja. “Sin embargo, hay una tendencia de los gobiernos a fiarlo todo a la tecnología, sin invertir en las comunidades para asegurarse de que ellas mismas entienden qué hacer, cómo y hacia dónde evacuar -denuncia-. Creemos que los gobiernos deberían dedicar más recursos a los sistemas de alerta y la pronta acción a nivel de comunidades. No deberían dejar esta responsabilidad a las ONGs”.



* Este texto se publicó en El Periódico de Catalunya el
27 de diciembre de 2014, con motivo del décimo aniversario del tsunami.

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